martes, 10 de diciembre de 2024

Prisionera De Tu Amor: Capítulo 23

Ella contuvo la respiración, pensando que nunca se había sentido tan expuesta en toda su vida. Aun así, no tenía miedo. Estaba feliz. Él le recorrió el cuerpo con la mirada y posó la mano entre sus piernas. Con suavidad, comenzó a frotar y acariciar. Con un dedo, trazaba círculos, mientras con otro exploraba sus pliegues secretos. Ella arqueó la espalda y cerró los ojos. Estaba abrumada por tantas y tan deliciosas sensaciones. Despacio, él introdujo un dedo en su húmedo interior. Luego, otro. Paula levantó la cabeza.


–No puedo…


–¿Qué no puedes, chérie?


–No puedo aguantar… Lo que me haces… Es demasiado…


Él esbozó una diabólica sonrisa.


–Esto no es más que el principio. Ven a volar conmigo, minou. Vamos…


Sin entender lo que le pedía, cuando él le introdujo un dedo hasta el fondo, Paula gritó cayendo de cabeza al éxtasis. Si Pedro había pretendido dejar claro su dominio, acababa de hacerlo. Con sorprendente facilidad. Tardó largos segundos en recuperar el sentido. Se sentía deshecha y, al mismo tiempo, maravillosamente saciada. Sin embargo, instintivamente, sabía que algo más grande estaba todavía por llegar.


–¿Qué tal?


Cuando abrió los ojos, Paula vió a Pedro mirándola. Más que orgulloso o triunfante, él parecía… Fascinado. Ella asintió. No sabía cómo se encontraba, pero estaba mejor que bien. Pedro le acarició un pecho, entonces, jugueteando con el pulgar en su pezón. De inmediato, el cuerpo de ella comenzó a vibrar, de nuevo preparado para otro orgasmo. Con timidez, alargó la mano para tocar el torso de su amante.


–No tienes por qué fingir, minou.


–¿De qué estás hablando? –preguntó ella, apartando la mano al momento.


–No tienes por qué actuar como si fueras una pobre inocente. Ya te he dicho que no necesito esos juegos. Te deseo más de lo que he deseado a nadie jamás.


Pero Paula no estaba fingiendo. ¡Era virgen! Pero no dijo nada. De alguna manera, adivinó que si le confesaba su virginidad, aquel delicioso encuentro terminaría. Y no estaba preparada para separarse de él todavía. Por eso, hizo lo más egoísta que había hecho en su vida y se calló. Lo tocó de nuevo, le besó los pezones y se sintió poderosa cuando lo oyó gemir bajo su boca. Era increíblemente afrodisiaco pensar que tenía alguna clase de poder sobre Pedro Alfonso. Despacio, exploró más abajo, recorriéndole los abdominales con los dedos. Después, llegó al cinturón y se lo desabrochó. A continuación, el botón y, cuando llegó a la cremallera, comenzó a temblarle la mano, mientras observaba el poderoso bulto de su erección. Él murmuró algo en francés. Se puso en pie y se quitó los pantalones y los calzoncillos. Sobrecogida por su virilidad imponente, Paula se quedó mirándolo, sin palabras.


–Tócame.


Ella se sentó y alargó la mano para rodear su erección con los dedos. Había una gota en la punta y, actuando puramente por instinto, se acercó y la tocó con la lengua. Al percibir su sabor salado, se le hizo la boca agua. Pero, cuando iba a empezar a succionar, él la detuvo.


–Para… O no duraré.


Pedro tenía la cabeza tan desbordada de deseo que no podía pensar con claridad. No podía esperar para poseer a Paula. Necesitaba estar dentro de su cuerpo, no solo de su boca. Se colocó sobre Paula y, durante un segundo, cuando vió que ella lo miraba con una expresión que nunca había visto en una mujer, estuvo a punto de parar. Era una locura. Iban demasiado rápido. Necesitaba recuperar el control… Pero, entonces, ella lo sujetó de las caderas, como si quisiera guiarlo a su interior, y él se dejó llevar de nuevo. Sumida en una desbordante sensación de urgencia, Paula solo quería tenerlo más cerca. Cuando notó la punta de su erección entre las piernas, instintivamente levantó las caderas hacia él. Nada podía haberla preparado para aquella penetración. Se sintió empalada. Pedro era demasiado grande. Cuando él la miró un instante, con el ceño fruncido, ella contuvo la respiración. ¿Se habría dado cuenta? Pero, enseguida, siguió hundiéndose en ella. 

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