jueves, 5 de diciembre de 2024

Prisionera De Tu Amor: Capítulo 17

 –No estoy jugando a nada. Y no he venido aquí con la intención de seducirte –negó ella, temblorosa. 


Aunque quisiera hacerlo, de todos modos, no tenía ni idea de cómo seducir a nadie y menos a un hombre como Pedro Alfonso.


–¿De verdad quieres que me crea que te quedaste dormida como la Bella Durmiente del cuento, esperando al príncipe azul?


–Yo no creo en cuentos de hadas –repuso ella, sonrojándose–. Y no te preocupes, sé que no eres ningún príncipe azul.


Pedro la sujetó de ambos brazos, haciendo que ella se volviera para mirarlo a los ojos.


–¿Qué significa eso?


–Lo primero de todo, no vuelvas a sujetarme como si fuera una marioneta –le gritó ella. No estaba dispuesta a dejarse apabullar por ninguna clase de violencia–. Para que te quede claro, no tienes ningún derecho a agarrarme ni a usar tu fuerza bruta conmigo.


Pálido y sorprendido ante su firmeza, él abrió los dedos y apartó las manos.


–Puede que yo nunca sea un príncipe –continuó Pedro, furioso, bajando un poco el tono–. Pero tú no estás en posición de creerte superior. Solo eres la hermana de un ladrón, dispuesta a seducirme para librarlo de su deuda. Como te he dicho, tu farsa de niña inocente no va a tener efecto conmigo.


Sin decir más, Pedro la tomó entre sus brazos. Y, antes de que ella pudiera protestar, la besó. Al instante, las palabras perdieron todo sentido para Paula. Mientras él exploraba su boca con la lengua, su cuerpo se prendió fuego, igual que su alma. Nunca se había imaginado que un beso pudiera ser así. Él era un experto en el arte de besar. Olvidándose de todo a su alrededor, ella se aferró a su cuello, apretándose contra su pecho. Entrelazó sus lenguas, ansiando sentirlo más y más. En ese momento, supo que estaba dispuesta a rendirse a su pasión, sin un ápice de duda. Era como si toda la vida hubiera estado esperando que ese hombre la besara. Un calor líquido la inundaba las piernas cuando Pedro apartó sus labios. Ella soltó un gemido involuntario de decepción. Pero él no la soltó. Le trazó un camino de besos por el cuello, mientras el único sonido que había a su alrededor era el de sus respiraciones aceleradas. Al instante, él deslizó una mano bajo su blusa y le desabrochó los botones. Como en una nube, Paula se dejó llevar hasta la cama. Y se dejó sentar sobre el regazo de él. Estaba embriagada por tanto deseo. Pedro posó la mano en uno de sus pechos cubiertos por un sujetador de encaje, con expresión hambrienta. Llenaban su mano a la perfección, como si hubieran sido hechos con el tamaño justo para él. Cuando le bajó el sujetador, dejando su piel al descubierto, ella se mordió el labio inferior para no gemir. Y, cuando le acarició los pezones con el pulgar, una corriente eléctrica la recorrió. Mirándola, sonrió. Era la primera vez que lo veía sonreír desde que lo había conocido. Su sonrisa, seductora, traviesa, desarmadora, era mucho más de lo que ella había soñado. Un capullo de deseo los protegía de la realidad. Tanto que, por unos segundos, Paula se preguntó si no estaría dormida y si aquello no sería más que un vívido sueño. Pero no era un sueño y ella sabía que era muy importante recuperar la cordura y detenerlo. Justo cuando él estaba inclinando la cabeza hacia uno de sus pechos y ella no deseaba más que rendirse al placer de su boca, algo la hizo reaccionar. Posó las manos en los hombros de él y se incorporó, sintiéndose como un potro tratando de ponerse en pie por primera vez. 

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