Cuando empezó a moverse, entrando y saliendo, la sensación de incomodidad comenzó a desaparecer, sustituida por algo mucho más abrumador. Ella se agarró a los hombros de él, como si necesitara algo a lo que sujetarse, mientras la tensión sexual crecía hacia el clímax. Nunca había experimentado nada igual. Estaba totalmente hipnotizada por aquel hombre y por lo que le estaba haciendo sentir. Lo rodeó con ambas piernas de las caderas, apretando los tobillos en los glúteos de él, ansiando tenerlo más dentro. Estaban ambos empapados en sudor, jadeantes, juntos en su camino al éxtasis. Pedro empezó a moverse más deprisa. Paula se aferró más a él, preparándose para la tormenta que se acercaba. Y, cuando él inclinó la cabeza y le succionó un pezón, ella cayó de lleno en el ojo del huracán. Gritó y gritó, meciéndose en un orgasmo que no terminaba nunca. Él se puso tenso y derramó su cálida semilla, mientras ella seguía perdida en su propio mar de placer. Entonces, por un momento, a Paula se le ocurrió que quería que ese hombre fuera suyo para siempre. Pero, al instante, descartó aquella loca idea. Pedro Alfonso jamás pertenecería a nadie, se dijo. Ella soltó su abrazo. Y él se apartó. Sin mirarla, se puso en pie. Avergonzada, se dió cuenta de su aspecto, desnuda y desarreglada en un establo. Empezó a colocarse la blusa y la falda. No tenía ni idea de cómo comportarse en una situación que era nueva para ella por completo. Pedro estaba allí parado, como una estatua. Cuando ella se incorporó, algo llamó su atención. Una larga y marcada cicatriz en la espalda de su amante. Recordó haberla sentido bajo los dedos mientras lo había acariciado.
–¿Qué tienes en la espalda?
Al final, Pedro la miró con gesto inexpresivo.
–¿Mi cicatriz?
Ella asintió, horrorizada de imaginar qué la podía haber causado.
–Es un recordatorio de hace mucho tiempo, para que no olvide quién soy ni de dónde vengo.
A Paula no le gustó el tono de advertencia de su voz.
–Eso suena serio.
–Mi cicatriz no es seria. Sí lo es que no hayamos usado protección.
Paula se llenó de pánico, entonces, y recordó haber sentido su cálida eyaculación. ¿Cómo podía haber dejado que eso pasara? Entonces, trató de poner en orden sus pensamientos y soltó un suspiro de alivio, mezclado con algo muy desconcertante, decepción. Después de haber perdido a su madre, ella había decidido no tener nunca hijos, por miedo a morir y dejarlos solos y destrozados por el dolor. La maternidad no había estado en sus planes en absoluto. En el instituto, había tomado la píldora, pero la había dejado porque había considerado que no había sido necesario.
–Estoy en un momento poco fértil del ciclo –le informó a Pedro.
Él emitió un amargo sonido burlón.
–¿Se supone que tengo que creerte?
Furiosa ante su tono acusatorio, Paula se levantó, con el pelo suelto y salvaje. Trató de reunir toda la dignidad que las circunstancias le permitían, antes de hablar.
–Bueno, tendrás que conformarte con mi palabra. Además, esto ha sido cosa de dos. ¿Por qué no has pensado tú en usar protección?
Pedro no lo había hecho porque, por primera vez en mucho tiempo, había actuado como esclavo de sus instintos primarios y la protección había sido lo último que había tenido en mente. Al darse cuenta, se llenó de pánico. ¿Cómo podía haber olvidado una de sus reglas más importantes? Él se había jurado no tener nunca hijos, pues no deseaba una familia. Para colmo, lo había olvidado justo con esa mujer, una presunta ladrona y mentirosa. Lo más fácil era que quisiera usarlo en su propio beneficio. Era como si le hubiera entregado una pistola cargada. Sin embargo, al contemplarla, desarreglada y ruborizada, solo pudo pensar en tomarla de nuevo. Tomó sus pantalones del suelo, furioso consigo mismo, y se los puso. El cúmulo de sentimientos que se arremolinaban en su interior estaba demasiado enmarañado como para descifrarlo en ese momento. Lo único que sabía seguro era que nunca había experimentado nada parecido con ninguna otra mujer. No solo había sido sexo excelente. Había habido algo más. Algo que le había calado hondo. Todavía más enfadado, se dijo que acababa de hacer lo que había prohibido expresamente hacer a sus empleados. Encima, sin usar protección. Paula lo estaba observando. Estaba pálida. Él sabía que no estaba actuando bien. Había sido su responsabilidad protegerlos a ambos, no la de ella. Se pasó una mano por el pelo.
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