Durante un instante, ella recordó el breve dolor que le había producido su primera penetración, pero, como si le hubiera leído la mente, él le acarició la espalda con suavidad.
–Confía en mí, pequeña, no te haré daño, ¿De acuerdo?
Paula asintió, sujetándose a los hombros de él, y lo miró a los ojos mientras la penetraba despacio. Centímetro a centímetro, fue llenándola, dejándola sin respiración.
–Marca tú el ritmo, ma belle…
La voz de Pedro sonaba tensa, como si estuviera esforzándose por controlarse. Ella se sintió poderosa de nuevo y empezó a subir y bajar las caderas.
–Vas a matarme… –susurró él.
Pero Paula estaba demasiado distraída por la tensión creciente que la invadía. Moviéndose más rápido, se acercaba más y más al clímax. Pedro le besaba la piel desnuda, excitando sus pechos con la lengua y con los dientes sin piedad. Los movimientos de ella se hicieron más salvajes, más desesperados. Entonces, él demostró su experiencia y tomó el control. La sujetó de las caderas, deteniéndola, y a continuación la subió y la bajó, penetrándola cada vez más fuerte y con mayor profundidad. Estaban empapados en sudor, sus miradas entrelazadas. Ella pensó que iba a morir y con una poderosa arremetida casi lo hizo. Pero fue una muerte exquisita, envuelta en oleadas de placer. Fue tan intenso que tuvo que morderle el hombro a su amante para no gritar y dar a conocer en todo el hipódromo lo que estaba pasando en esa habitación. Después, se quedó exhausta, abrazada a él como un peso muerto. Pedro le echó hacia atrás la cabeza.
–La próxima vez, lo haremos en una cama.
Al pensar en que él estaba proponiéndole una próxima vez, Paula se estremeció de nuevo. Aquello era solo el principio…
–¿La próxima vez?
Pedro sonrió con gesto travieso y provocativo.
–Oh, sí, habrá una próxima vez y otra después de esa… Y posiblemente, incluso, más.
Mientras hablaba, él subrayaba las palabras con besos mojados en su cuello, en sus hombros. Embriagada, Paula se repitió a sí misma que podía manejar la situación. Se sentía capaz de cualquier cosa, siempre y cuando Luc no dejara de besarla.
-Tengo un caballo en Francia que me gustaría que montaras. Es muy difícil de manejar y ninguno de mis jockeys lo ha conseguido hasta ahora.
Paula estaba cepillando a Pegaso, al cual acababa de montar. Pedro estaba vestido con vaqueros gastados y un polo, apoyado en la puerta de los establos, con los brazos cruzados. Era tan guapo que ella se quedaba sin respiración cada vez que lo veía. Habían pasado dos días desde su sensual interludio en la sala VIP del hipódromo.
–De acuerdo.
–Cuando hayas terminado aquí, ve a hacer la maleta. Nos iremos dentro de un par de horas. Nos quedaremos en mi casa de París esta noche para la fiesta e iremos a mis establos en Francia mañana.
Paula tragó saliva, digiriendo sus palabras.
–¿Qué fiesta?
–Nos han invitado a los premios anuales del deporte en Francia. Al parecer, también has causado sensación fuera de Irlanda. Todo el mundo quiere verte de cerca.
Paula no podía creerlo.
–¿Es adecuado que nos quedemos juntos en tu casa?
Pedro se acercó un poco más.
–Es muy adecuado. Dijimos que habría una próxima vez, ¿Recuerdas?
Entonces, él posó la mano en su nuca, donde ella tenía el pelo recogido en una desarreglada cola de caballo y la acercó a su boca.
–Quizá, necesitas que te refresque la memoria…
No hay comentarios:
Publicar un comentario