Podía ver que él llevaba la pajarita desabrochada y el botón superior de la camisa abierto, con las manos en los bolsillos. Con expresión oscura, entró hasta colocarse frente a ella.
–Sé que no debería estar aquí… –balbuceó Paula, tragando saliva.
–Eso no importa. Necesitamos hablar.
–¿De qué? –preguntó ella, sorprendida.
Pedro se cruzó de brazos.
–De por qué has olvidado mencionar que tu hermana está casada con el jeque Nadim Al-Saqr de Merkazad, propietario de tu granja familiar. Imagino que un millón de euros no es nada para tu cuñado. ¿Por qué diablos pone tu hermano en peligro su carrera, por un dinero que podía haberle pedido a él? ¿Y por qué tú no has llamado al jeque para que solucionara la situación sin más?
Paula se quedó paralizada, comprendiendo que alguien debía de haberla reconocido en la fiesta.
–No creí que eso fuera relevante.
–Inténtalo de nuevo –dijo él con tono helador.
Paula tragó saliva. Sabía que no podía escapar de aquella conversación sin darle una explicación.
–Nadim compró nuestra granja, pero luego la puso a nuestro nombre como regalo de boda para Delfina, mi hermana. Es nuestra de nuevo. Él solo es uno de los socios. Y no quiero involucrarlo en esto porque nada de lo que ha pasado tiene que ver con él ni con mi hermana. Iseult va a tener un bebé dentro de un par de semanas y no quiero que se preocupe por nada.
Pedro dió un paso hacia ella. Nessa no pudo retroceder, pues tenía la pared a sus espaldas.
–Hay algo más, seguro –afirmó él–. El que tu hermano y tú no hayan pedido ayuda al jeque demuestra que las cosas se les han ido de las manos. Adivino que Nadim no aprobaría el robo y ustedes no quieren hacer enojar a la mano que los alimenta.
–No –negó ella con fiereza–. Eso no es verdad. ¿Cómo puedes ser tan cínico y tan desconfiado?
–Porque nací así y nada de lo que he vivido me ha enseñado a ser de otra manera.
Paula no pudo evitar sentir una mezcla de lástima y curiosidad. Pero la bloqueó en su interior. Pedro Alfonso era el último hombre del mundo que necesitaba su compasión.
–Podrías haberte ido de aquí libremente si le hubieras pedido ayuda a Nadim –dijo él. Aunque, de inmediato, se encogió por dentro ante la idea de dejarla marchar.
Paula meneó la cabeza.
–No. No voy a hacer eso porque no quiero causarle problemas a mi familia. Le prometí a Gonzalo que no acudiría a Nadim ni a Delfina.
Pedro se sintió intrigado por su aparente lealtad.
–Dame una buena razón por la que no debería contárselo a Nadim yo mismo.
Ella se puso lívida de pánico.
–¡Creí que tú tampoco querías que nada de esto se supiera!
–Y no quiero. Pero creo que el jeque valorará la necesidad de discreción para proteger, también, a su propia familia. Dar el asunto a conocer perjudicaría su reputación, no solo la mía.
Paula se cruzó de brazos.
–No tienes derecho a implicarlos a ellos.
Pedro ansiaba saber el porqué de tanta insistencia.
–Dame una razón, Paula.
Ella lo miró como si la estuviera torturando, antes de responder.
–Cuando nuestra madre murió, Delfina solo tenía doce años. Yo tenía ocho. Nuestro padre no pudo soportar el dolor y desarrolló un problema con la bebida. Delfina se ocupó de la granja, de los caballos y de todos nosotros.
Paula apartó la mirada un momento, pálida. Pedro se quedó sin palabras, algo desacostumbrado en él.
–Si no hubiera sido por Delfina, que nos protegía de los peores excesos de mi padre, nunca habríamos podido terminar nuestros estudios. Ella cargó con demasiado peso para su edad… Luego, apareció Nadim y compró la granja. Y ella se sintió como si nos hubiera fallado a todos. Pero los dos se enamoraron y se casaron. Por primera vez en su vida, mi hermana se siente a salvo y es feliz.
–Casada con un millonario. Muy conveniente –comentó él con cinismo, sin pararse a pensarlo.
Paula apretó los puños.
–Delfina es la persona menos materialista que conozco. Se aman el uno al otro.
–Continúa –la urgió él, impresionado por su vehemencia.
–Mi hermana es feliz por primera vez. La única responsabilidad que tiene ahora es hacia su propia familia. Tuvo muchos problemas para quedarse embarazada, así que ha sido una gestación difícil. Si supiera lo que ha pasado, se preocuparía mucho y Nadim haría cualquier cosa para ayudarla. Sería capaz, incluso, de volar hasta aquí. Y ella lo necesita a su lado –explicó ella y, tras un momento, añadió–: Si hablas con Nadim, le diré a la prensa lo del dinero. Quizá ellos le concedan a Gonzalo el beneficio de la duda, no como tú.
Pedro la observó un momento en silencio. Tenía que admitir que su celo por proteger a su familia era muy convincente.
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