martes, 3 de diciembre de 2024

Prisionera De Tu Amor: Capítulo 14

Aun así, ella no trataba de manipularlo ni de usar la química que había entre ambos en su ventaja. Era demasiado extraño. Sin duda, debía de obedecer a algún plan oculto, caviló. Parado ante la ventana, posó los ojos en los campos donde sus caballos trotaban y se entrenaban al sol. Su negocio cubría todas las fases de la crianza y el entrenamiento de pura sangres. Siempre le había dado mucha satisfacción pensarlo, aunque sabía que todavía le quedaba lo más difícil por lograr. No se sentiría realmente realizado hasta que no lograra el respeto de sus iguales, que siempre lo observaban bajo sospecha. Era su mayor sueño. No deseaba las cosas que la mayoría de la gente quería, ni una familia, ni seguridad, ni amor. ¿Qué era el amor, de todos modos? Era un concepto extraño para él, tanto como el de confianza. No podía entender la defensa ciega que Paula había hecho de su hermano. A menos que ella quisiera sacar algo de todo eso. No podía concebir que lo hiciera solo por amor y por lealtad. Lo único que existía para él eran sus propios logros, a los que había llegado con el sudor de la frente. Solo quería dejar al mundo un legado más honorable que el que había recibido al nacer. Su nombre perduraría en el mundo de las carreras de caballos. Aun así, en ese mismo instante, tuvo la sospecha de que, incluso si sus iguales lo miraban con respeto, seguiría sintiéndose inferior a ellos. Algo llamó su atención en los establos. En la distancia, vió a Paula desaparecer tras una esquina de los establos, con su cabello pelirrojo ondeando al viento. Al instante, su cuerpo reaccionó, llenándose de deseo. Quizá no era buena idea hacer que se mudara a su casa. Debería enviarla lo más lejos posible, pensó. Ninguna mujer lo había excitado jamás como ella. Pero debía reprimir sus instintos. Pues satisfacer su deseo no aportaría nada a su vida ni a su éxito en la vida. Debía ser fuerte y resistirse a la tentación.


–Esta es la última tarea del día, cariño, ve arriba y haz la suite privada del jefe. Volverá de París esta noche y no he tenido tiempo de ir a limpiar, estoy demasiado ocupada con los preparativos de la fiesta de este fin de semana.


Paula tomó la cesta llena de productos de limpieza que la señora Owens le tendía. Solo de escuchar que él estaba a punto de volver le subió la temperatura. Furiosa consigo misma por reaccionar de esa manera, trató de concentrar sus pensamientos en que su jornada estaba a punto de terminar. Era agotador limpiar la casa todo el día, todos los días. Además, habían estado ocupadas con los preparativos de la gran fiesta que se celebraría en la casa el fin de semana, para inaugurar la nueva temporada de las carreras más prestigiosas del año en Irlanda.


–He dejado ropa de cama limpia en su habitación. Tienes que cambiar las sábanas. Cuando hayas terminado, puedes tomarte el resto de la tarde libre –informó el ama de llaves.

 

Paula subió hacia la segunda planta de la opulenta casa de campo. En esa planta estaban todos los dormitorios. La primera estaba ocupada con el despacho de Pedro y un gimnasio. También tenía una enorme sala de cine privado y otra de reuniones. La planta baja albergaba un gran salón de baile con grandes puertas de cristal que daban a unos jardines exquisitamente cuidados. Además, estaban allí dos comedores y una sala de recepción. En el sótano, había una gran cocina, junto a los cuartos de los empleados. Al llegar a la segunda planta, caminó hasta el final del pasillo, por delante de las habitaciones de invitados. Un ala completa estaba dedicada a la suite principal. Conteniendo el aliento, abrió la puerta. El aroma de Alfonso la inundó de inmediato, metiéndosele debajo de la piel. Maldiciendo para sus adentros por su reacción, entró hasta la sala principal y dejó allí la cesta de limpieza. Abrió las ventanas de par en par para que entrara aire fresco. Y para no sentirse tan hipnotizada por su sensual aroma. No pudo evitar mirar a su alrededor. El salón era grande y espacioso, con muebles en tonos grises y excelentes cuadros de pintura abstracta en las paredes. También había muchos libros, de todo tipo, sobre todo, novelas clásicas y sobre fotografía. Tuvo que hacer un esfuerzo para recordar por qué estaba allí y no sumergirse en la lectura de uno de esos libros, tumbada en uno de los sofás. Se dió cuenta de que estaba más cansada de lo que había pensado. Tantos días de duro trabajo y noches sin dormir apenas le estaban cobrando peaje. Respirando hondo, tomó el plumero y se puso a limpiar. Después, con reticencia, se dirigió al dormitorio. Lo primero que captó su atención al abrir la puerta fue la gigantesca cama que dominaba el espacio. Tenía un cabecero gris oscuro, del mismo color que los ojos de Pedro, pensó. 

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