martes, 4 de abril de 2023

Refugio: Capítulo 33

 —¿Paula?


La granjera levantó la cabeza y vió que Agustín le estaba hablando.


—¿Te encuentras bien?


—Sí —dijo ella, secándose las lágrimas con la manga del abrigo—. Lo que pasa es que tengo que ir al pueblo a hacer la compra y el maldito coche no funciona.


—Ya se ha ido, ¿Verdad? —dijo el granjero consolándola con un apretón de su tosca mano en la rodilla de la joven. 


En efecto, Paula apenas podía evitar que las lágrimas resbalasen por sus mejillas. Al cabo de un rato paró de llorar y, más tranquila, le dijo a Agustín:


—Ya estoy bien, gracias por venir a verme.


—¿Quieres que te lleve al pueblo? Como no puedo trabajar, voy a hacer compras y unos recados para mi madre.


La joven pudo notar cierta frustración en su voz. ¡Hacían una buena pareja: Dos granjeros desmoralizados! Paula dejó a los perros en la casa y fue a buscar dinero. Se metió en el coche, en cuya parte de atrás estaba sentado el perro de Agustín. La joven no quería reír viendo los apuros del granjero con su brazo escayolado y la palanca de cambios.


—¿Qué tal va tu brazo?


—Mejor, aunque me suele molestar por la noche.


Al cabo de breves instantes, llegaron a la tienda y, Simba, el perro de Agustín se puso a ladrarle a un pequeño caniche que pasaba por ahí. Cuando entraron, el establecimiento estaba lleno de gente. La abuela de Pedro estaba también en la tienda. Sonrió al granjero y le preguntó a Jem en voz baja:


—¿Estás bien?


—Sobreviviré, aunque echo muchísimo de menos a Pedro...


—Volverá, no te preocupes —dijo misteriosamente Luisa—. Dale tiempo… Está muy ocupado con su proyecto actual, pero cuando lo termine, ya verás cómo viene a verte. 


—¿Tú crees? Su vida está en Londres y no aquí en el campo. Me invitó a que fuera a verlo, pero yo no puedo dejar todo esto así como así.


—Estoy segura de que a Agustín no le importaría ocuparse de las vacas una semana. Nosotros cuidaríamos de los perros. ¿Por qué no te animas? Será fascinante, ya verás…


—No puedo —dijo rotundamente Paula.


—Es una pena. Cuando el proyecto esté terminado, saldrá un reportaje en las revistas especializadas. De hecho, en casa tengo varios vídeos de sus creaciones.


—Ah, ¿Sí?


—Ya te los prestaré, querida. Pásate un día por allí y te los llevas. ¿De acuerdo?


—Adiós, Luisa, tengo prisa porque Agustín me está esperando en su coche. El mío ya no funciona.


—Tienes que deshacerte de ese trasto. Cualquier día te deja tirada por ahí.


—Ya lo ha hecho en varias ocasiones, pero no tengo dinero para repararlo.


—Pues véndele algunas vacas a Agustín.


—No pienso vender el ganado del tío Tomás.


—Mantengo mi oferta, Paula —intervino Agustín, que había oído toda la conversación a escondidas.


—No tengo la más mínima intención de vender a mis vacas —dijo Paula, guiñándole un ojo a Luisa—. Hasta pronto, dale recuerdos a Pedro de mi parte.


—No te olvides de pasar por casa, querida. Adiós.


—Adiós.


Agustín la llevó de regreso a casa. Para agradecerle el favor, le invitó a una taza de té. Sin embargo, el granjero tomó la taza que había usado Pedro y eso puso nerviosa a Paula…


—Estás enamorada de él, ¿Verdad?


—¿Es tan evidente?


—Para mí, sí lo es. Me imagino que lo echarás de menos. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario