martes, 4 de abril de 2023

Refugio: Capítulo 34

 —Parece una estupidez, porque yo siempre he sabido que vivía en Londres. Pero es que anoche, me caí al manantial y casi me ahogo. Tuve suerte de que él me sacara y me hiciera recuperar el calor vital, venciendo a la hipotermia.


De pronto, Agustín la abrazó cariñosamente y le dijo:


—Un poco más y estarías muerta. Doy gracias a Dios de que estuviese Pedro por aquí.


—Agustín, quiero que sepas que Pedro y yo hemos mantenido relaciones la noche pasada. Somos algo más que amigos.


—Ya lo sé.


—¿Se puede saber por qué lo sabes?


—Es obvio, para alguien con dos dedos de frente. Me parece bien, pero recuerda que me tienes aquí para cualquier problema que te surja.


—Nunca vas a ser más que un simple amigo, Agustín —dijo Paula, procurando no herirle.


—No te preocupes, ya sé que estoy por debajo de tu ganado —aseguró el granjero, sabiendo que Paula conocía sus profundos sentimientos hacia ella.


—Eres un cielo, Agustín. ¿Lo sabías?


El hombretón se puso colorado y tomó su abrigo.


—Me tengo que ir, voy a ver al veterinario y a comprar antibióticos. Estaré en casa si necesitas algo. Y mantente lejos de la corriente de agua…


—No te preocupes. Adiós.


Al cabo de un rato, la joven subió a su dormitorio y se tumbó en la cama. Hundió su rostro en la almohada de Pedro. Se quedó oliendo la fragancia masculina que le trajo a la memoria la suavidad de sus abrazos y la fuerza de sus músculos.


—Te quiero, Pedro. Vuelve pronto —susurró Paula.



El jueves, Agustín llamó por teléfono a Paula para invitarla a tomar una cerveza en el pub por la noche, después de ordeñar a las vacas.


—Agustín ya te dije que sólo íbamos a ser amigos y vecinos —aclaró de nuevo Paula. 


—No te preocupes, no es eso. Quiero pedirte un favor. Me gustaría que me acompañaras al pub para que la camarera me vea contigo. Se llama Fiorella.


—Y quieres darle celos con mi colaboración… ¿Por qué no le dices claramente lo que sientes por ella?


—Lo hice hace un año, pero no me hizo caso. ¿Me ayudarás, Paula?



—Claro que sí. Pásate a recogerme a las ocho y media. Hasta luego entonces.


En el pub, Fiorella, desde el otro lado de la barra, no paraba de mirar celosamente a Paula. Mientras se tomaban la cerveza, la granjera comprobó que había miradas que mataban… Para darle más valor a su vecino, Paula le tomó del brazo cuando finalmente salieron del local.


—Entonces, Paula, ¿Crees que tengo posibilidades con ella? —preguntó Agustín, poniendo en marcha el coche.


—Pienso que sí, porque no parecía nada contenta de verme a tu lado.


—¿Sabes algo de Pedro? —preguntó educadamente el granjero, dirigiéndose a casa por la carretera mojada.


A Paula le cambió la expresión.


—Debe de estar muy ocupado. Tiene que terminar un proyecto para dentro de tres semanas y está muy presionado en el trabajo. Me imagino que no lo volveré a ver hasta entonces.


Pero la joven estaba equivocada, porque el sábado siguiente Pedro apareció por la granja. Venía paseando colina abajo, en compañía de los perros de sus abuelos. En ese momento, Paula no tenía nada claro el estado de su relación con el arquitecto. Había visto en varios vídeos, lo que hacía Pedro y el mundo en el que se desenvolvía su trabajo. Los había visto muchas veces porque, en cierta parte destacada de los filmes, intervenía él, cosa que la impresionaba profundamente. Se trataba de un auténtico profesional con talento y futuro. A su lado, se sentía provinciana y carente de interés. Se preguntaba qué es lo que veía en ella el brillante joven. Por eso estaba más retraída que otras veces cuando le abrió la puerta de la casa. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario