martes, 4 de abril de 2023

Refugio: Capítulo 36

 —No, gracias. No podría devolvértelo, porque de momento la granja está hipotecada para pagar las deudas del tío Tomás, y estoy a punto de perderlo todo, incluso mi forma de ganarme la vida.


—Pues acéptalo como un regalo, Paula.


—¿Qué pasa, Pedro, todavía te sientes culpable porque me caí en el río?


—No seas tonta. Quiero decir que… Detesto verte luchar.


Pauña rió amargamente.


—Así es la vida en el campo. No nos olvidemos de que puedo vender el ganado en cualquier momento y volver a la abogacía. Te agradezco que te preocupes por mí, pero ya verás como todo saldrá bien. Además, al final del invierno las cosas se ponen difíciles, pero en verano, cuando no hay que alimentar a las vacas, la vida es mucho más fácil.


—Está bien, pero quiero que, ante cualquier problema, recurras a mí.


Los dos paseantes siguieron caminando, subiendo la pendiente de la colina desde la cual se divisaba todo Dorset. La vista era magnífica. Paula, mientras andaba, luchaba por no rendirse y llorar amargamente en los brazos de Pedro. Se encontraba desbordada por tantas preocupaciones. Sin embargo, la joven no era de las que abandonan fácilmente… O sea, que cuando llegaron a la cima disfrutó más que nunca de la belleza del paisaje. Por lo menos, la dura vida en la granja podía ser compensada con espectáculos como aquél.


—¡Qué belleza! —dijo Pedro, respirando profundamente—. Es realmente espectacular.


—Es bonito, ¿Verdad? —dijo Paula, explicándole a su acompañante la distribución de Dorset—. La casa de tus abuelos está por allí, la granja hacia allá. Se puede ver el ganado…


Pedro apoyaba una mano en el hombro de la joven. Estaba tan cerca de él que podía sentir el aroma de su after shave, mientras le indicaba dónde tenía que mirar.


—¿Eso es el pueblo? —preguntó el hombre.


—Sí. Aquello es el pub y más allá, está la iglesia.


—Creo que lo reconozco. ¿De pequeños veníamos mucho a la colina?


—Constantemente. El tío Tomás se enfadaba mucho porque estábamos mucho rato en el bosque.


Pedro rió acordándose de aquellas vacaciones.


—Sí. Recuerdo que una vez me castigaron mis abuelos por llegar tarde e involucrarte en la aventura.


—Yo estaba constantemente castigada porque siempre llegaba tarde por la noche. Por cierto, ya va siendo hora de ordeñar a las vacas, démonos un poco de prisa. Si tomamos ese camino, llegaremos antes a la casa de tus abuelos —dijo Paula mientras con un silbido reunía a todos los perros.


Se bajaba la colina en poco tiempo, sin embargo, era más duro para las piernas. Llegaron a la propiedad de Alfredo y Luisa y todos juntos se tomaron una taza de té. El abuelo le propuso a su nieto que utilizase el Land Rover para llevar de vuelta a Paula y los perros.


—Así, en vez de una taza nos podremos tomar dos.


Cuando terminaron con el té, Pedro llevó a su acompañante a casa. Antes de marcharse, le dijo:


—¿Qué vas a hacer esta noche después de ordeñar a las vacas? Si quieres, podemos ir a cenar al pub, o a dar una vuelta por Dorchester. No hace falta que te vistas mucho.


Paula se quedó pensando en su armario y en el estado de sus manos… Se inclinó por una cena tranquila en el pub local.


—No hace falta que te vistas demasiado; yo sólo tengo vaqueros y trajes de chaqueta para la oficina —le aconsejó Paula al arquitecto.


Pedro se rió.


—Me pondré unos vaqueros. Vengo a buscarte a las ocho. ¿Te parece bien?


—De acuerdo —contestó Paula, pensando que de nuevo se estaba dejando llevar por una relación que no tenía futuro.


Antes de marcharse, Pedro le preguntó si necesitaba ayuda.


—¿Te puedo acompañar?


—¿Qué pasa…Qué lo echas de menos? —rió la granjera.


—Ya lo creo, sobre todo los cuartos traseros de Sandy.


Paula soltó una risita incontenible y dijo:


—Pobre Sandy. 


—De pobre nada… ¿Puedo quedarme contigo?


—Claro que sí. Las botas del tío Tomás están donde las dejaste.


Pedro se puso también un viejo abrigo que andaba por ahí. Mientras tanto, Paula calentó agua para las ubres y dió de comer a los perros. Posteriormente, proporcionó heno al ganado y puso en funcionamiento el sistema del ordeño automático. Él andaba de aquí para allá, comprobando el perfecto estado del tanque refrigerador y el resto de las máquinas en marcha.


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