jueves, 27 de abril de 2023

Heridas Del Pasado: Capítulo 7

Se deshizo de aquel pensamiento tan rápidamente como lo había formado en un movimiento mental que llevaba muchos años practicando. Lo que estaba considerando era una locura. Pero entonces Paula le depositó otro beso en el pecho y todo su ser se sumergió en una oleada de deseo. Sintió cómo un gruñido intentaba abrirse paso a través de su garganta, pero lo contuvo.


–¿Por favor? –susurró Paula entre aquellos besos infernales que estaba repartiendo por su cuerpo, en los lugares de su piel que otras mujeres evitaban.


–¿No te das cuentas, Pedro? No deberías tener que rogar por esto.


–No estoy rogando, te lo estoy pidiendo. Esta es mi elección. Lo que quiero. Quédate conmigo, solo por esta noche. Por favor.


Y finalmente Pedro perdió la batalla. La batalla contra comportarse de manera decente, alejándose sin tocar a Paula. Porque no podía soportarlo más. Quería tocarla, sentir su piel, tan pálida contra la suya que casi parecía brillar. Sentía tanto deseo de hacerla vivir el placer que casi le dolía físicamente. Sintió cómo el último vestigio de contención se convertía en polvo bajo sus labios. Esta vez fue incapaz de sofocar el gruñido que surgió de la parte de atrás de su garganta mientras envolvía a Paula entre sus brazos, estrechándola contra sí y disfrutando del festín de sus labios tal y como había deseado desde el primer momento. No fue un primer beso suave y cuidadoso, aquello fue puro deseo, desesperación incluso.  Pedro se sumergió en las profundidades de su boca con su lengua, provocando en ella pequeños maullidos de placer. Sus manos, ahora libres, se deslizaron por su pelo. Pero no estaban lo suficientemente cerca, pensó. La levantó del suelo, de modo que Paula le rodeó la cintura con las piernas y sus labios se encontraron con los de él. Pedro le ladeó suavemente la cabeza y encontró el delicado arco de su cuello. Presionó los labios con la boca abierta contra su piel, trazándola con la lengua. Paula echó la cabeza hacia atrás, dejando expuesta la pálida columna de su cuello y la v de sus perfectos senos, acentuada por el colgante de plata que se sumergía entre ellos. Pedro estaba maravillado por su ligereza. Podría haberla sostenido entre sus brazos durante toda una eternidad. Pero su cuerpo se revolvía inquieto, queriendo más, exigiéndolo. Tal vez Paula no conociera todavía las palabras, pero su cuerpo conocía los movimientos, y el instinto los acercaba cada vez más en su deseo. La llevó al dormitorio sin romper ni una sola vez el contacto entre sus labios y la piel de ella. Cuando la colocó al borde de la cama, soltó una palabrota. Tenía las pupilas tan grandes que sus ojos parecían completamente negros. Estaba ebria de deseo.


–¿Estás segura?


–Nunca he estado tan segura de algo –afirmó ella con una media sonrisa.


–Quiero que entiendas que puedes detener esto en cualquier momento. Cuando quieras.


Ella asintió con gesto casi infantil, y Pedro aspiró con fuerza el aire mirándola bajo la luz de la luna que entraba a través de los grandes ventanales. El vestido de encaje blanco le colgaba por los hombros, exponiendo las clavículas de un modo tan tentador que le resultó imposible resistirse. Se inclinó hacia delante para abrirle las piernas y poder depositar sus besos allí. Sus labios se encontraron con aquel hueso duro recubierto de piel suave y comenzó a succionarlo suavemente. Entonces se echó hacia atrás solo lo justo para colocar la frente contra la suya.


–Quiero que sepas que puedes decir «No» en cualquier momento. Quiero que seas capaz de decirlo. 


–No quiero que te detengas, Pedro. Quiero que me beses. Quiero que me toques, quiero que… 


Pedro no podía seguir soportando su deseo, bastante tenía con luchar con el suyo. Así que ahogó sus palabras con un beso. Los labios de Paula se entreabrieron para él, ofreciéndole acceso y convirtiéndose al mismo tiempo en su condena. Tiró suavemente del fino encaje del vestido, exponiendo los suaves y pálidos planos de su pecho, el cuello plateado… Ella apoyó la espalda en el cabecero de la cama y él se abrió camino a besos hacia sus senos. Las puntas sonrosadas de los pezones se alzaban sobre la piel blanca y brillante. Tomó uno en la boca, recorriendo con la lengua el rígido pico, arrancándole un gemido de placer y atrayéndola de manera instintiva hacia sí. 

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