jueves, 20 de abril de 2023

Refugio: Capítulo 50

 —Lo siento, pero todavía me parece estar viéndote llegar, hace un año, en tu coche caro, procedente de la capital…


—Eso era antes, ahora no soy así. Es más, creo que nunca he sido así.


Paula preparó el té y se lo tomaron tranquilamente.


—¿Qué vas a hacer?


—¿Con el bebé? Pues tenerlo, por supuesto.


—¿Y seguir viviendo aquí?


—Sí, bueno, no sé… ¿Crees que podría con el bebé y la granja a la vez? El problema es que sin las vacas no puedo hacer frente a la hipoteca con la que estoy pagando las deudas del tío Tomás. Si me dedico a trabajar, no puedo dejar todo esto así como así. La granja entera necesita un mantenimiento que resulta muy caro. Supongo que tendré que volver a la vida profesional.


—¿Cómo abogada? —preguntó Agustín.


—Sí. Odiaba tener que tratar todo el rato con matrimonios rotos… Pero bueno, quizá pueda introducirme en otra rama de la abogacía.


—¿Te vas a replantear la propuesta de matrimonio de Pedro?


—No si eso implica que me voy a casar con medio Londres. Tenías que haberlo visto. Parecía como si Sam les perteneciera, y él dominaba la situación perfectamente. Sin embargo, yo detesto las relaciones públicas.


Paula siguió hablando de los inconvenientes que tenía el departamento de Pedro. Que si era un espacio diáfano donde el niño molestaría a su padre, que si tenía una escalera peligrosa, que si los muebles eran de lujo. Aunque el departamento era una preciosidad, no era el lugar más adecuado para criar a un niño. Al cabo de un rato, se bebió sorbito a sorbito su taza de té y le preguntó a Agustín.


—¿Qué te parece si le regalas a Fiorella mis vacas? 




Pedro estaba muy ocupado. Más incluso que en la época de la inauguración del nuevo centro cultural. Además, no quería estar en su departamento porque allí, todo le recordaba a Paula. Nunca se había parado a pensar que un desengaño amoroso pudiese afectar tanto a una persona. Los días soleados le parecían carecer de color e incluso las películas más divertidas le resultaban tristes. La música que oía en las tiendas o en la radio le mataban de amor. Incluso la música clásica en el coche le hacía daño. Utilizaba mucho su BMW para ir al enclave de un nuevo proyecto. Se trataba de una obra sin complicación, lo que le dió tiempo suficiente para atender todas las entrevistas que había concertado después de ganar el premio de diseño. Las citas le hacían salir de Londres con destino al Sudoeste de Inglaterra. Visitó Surrey, Hampshire, Wiltshire e incluso Dorset, aunque lejos de la granja de Paula. Algunos clientes le preguntaban por la joven y él tenía que contestar que ya no la veía, con el consiguiente dolor en el corazón. Sus padres estaban preocupados por el mal estado en el que se encontraba. Apenas se cuidaba, no se miraba en el espejo ni para reconocerse… Cada segundo de su vida era una tortura, y le hacía sentirse como si se fuera a hundir constantemente. ¡Echaba tanto de menos el calor y la figura de Paula!


Cinco semanas después de la inauguración tuvo una llamada: Se trataba de una clienta y amiga que necesitaba su asesoramiento para realizar reformas en el tejado de su casa. Pedro no entendía muy bien por qué Patricia Kennedy, una mujer complicada, tenía tanto interés en que fuera personalmente a preparar las reformas de la casa. Ese día tenía la agenda muy apretada, sin embargo, consiguió hacer un hueco para visitarla. En su primera cita del día, Pedro se libró de una multa por haber estacionado mal el coche. No le interesaba especialmente el proyecto por lo que dejo pasar la ocasión de captar nuevos clientes en Hampstead. 

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