jueves, 13 de abril de 2023

Refugio: Capítulo 41

La tienda de ropa de segunda mano se encontraba en la parte trasera de un emblemático edificio de dos plantas. El establecimiento era pequeño, pero había cosas preciosas. Ella sabía muy bien lo que quería: un sobrio vestido negro, sin mangas y largo hasta la rodilla. Lo encontró entre un montón de trajes de cocktail. Era muy sencillo y le sentaba de maravilla. Se compró también unos guantes negros, largos hasta el codo. En casa tenía unos zapatos que pegaban con el conjunto. Unas medias oscuras harían el resto… ¡Estupendo! Antes de tomar el autobús de vuelta a casa, se paró en el escaparate de una agencia inmobiliaria, visó que había algunas granjas parecidas a la suya, cuyo precio era mucho más alto de lo que ella había declarado para poder recibir la herencia del tío Tomás. Se puso muy contenta: tenía el privilegio de poseer la pequeña explotación de su familia. A continuación, la joven subió al autobús, que la llevó hasta casa. Una vez allí, subió a su cuarto y colgó sus adquisiciones en el armario. Se quitó el traje que llevaba puesto y se vistió de faena para comenzar a ordeñar a las vacas.


El jueves, Paula recibió una carta de parte de la secretaria de Pedro. Contenía un billete de tren para ir a Londres, así como unas breves líneas del arquitecto. En ellas le comunicaba  que un taxi la llevaría desde la granja hasta la estación. Tras la llegada a la capital, el propio Pedro la recogería para llevarla a la inauguración. La víspera, él habló por teléfono con la joven, que estaba dormida. Nada más oír la llamada, Paula se lanzó escaleras abajo.


—¿Dígame? —dijo la granjera.


—Hola, Paula. ¿Qué tal estás? 


—Bien. Estaba durmiendo…


—Perdona. Se me había olvidado que madrugabas tanto. ¿Recibiste la carta de Valeria?


—Sí, claro… Gracias, Pedro. Agustín y tus abuelos están de acuerdo para cuidar a los animales… Pedro, ¿Habrá que ir muy elegante a la inauguración?


Paula sintió pánico de repente, pensando en su vestido de segunda mano.


—Sí, claro. Un vestido de cocktail sobrio y distinguido sería lo aconsejable. ¿Te parece bien?


—Estupendo —mintió Paula, mientras pensaba en el dinero para reparar el tractor…


De todas maneras, estaba contenta con el atuendo elegido. ¿Qué cara pondría Pedro cuando la viera con el vestido?


—¿Cómo va el trabajo? —preguntó la joven.


—Oh, estoy deseando que termine todo para poder dormir tranquilamente… Por lo pronto, ya tengo otro proyecto en marcha… Bueno, te tengo que dejar porque todavía estoy ocupado. Sólo quería comprobar que habías recibido el billete de tren. Hasta el viernes. Cuídate mucho.



La granjera estaba impaciente. Parecía como si el viernes no fuera a llegar nunca. Paula se levantó temprano, ordeñó a las vacas, se ocupó del resto de los animales, hizo la limpieza del establo y llevó los perros a casa de Alfredo y Luisa. A continuación, se dio un buen baño, se puso un traje sastre y metió en la maleta el vestido y todo lo demás. Con todo preparado, bajó al piso de abajo. No tuvo tiempo de comer nada porque, en ese mismo instante, apareció puntualmente el taxi que la llevaría a la estación. El tren llegó puntualmente a Londres, donde la esperaba el brillante arquitecto.


—¡Paula!


La joven corrió a su encuentro, sintiéndose absurdamente feliz. Pedro la besó y la abrazó hasta que, al fin, la dejó sobre el suelo. ¡Era la primera vez que la veía limpia y atractiva, lejos de la granja! 


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