—¿Va más deprisa la ordeñadora con la corriente eléctrica?
—Sí, un poco más, pero tampoco funciona como las ordeñadoras actuales. Nos vendría muy bien un sistema nuevo, pero el que tenemos cumple con su cometido… —dijo Paula mientras colocaba el succionador a la primera vaca—. Ahora que lo pienso, no te he agradecido que hayas arreglado el pequeño motor de gasolina durante el apagón.
Pedro se acercó lentamente hacia ella, con una sonrisa sexy en los labios.
—Todavía estás a tiempo —y la estrechó entre sus brazos.
El primer beso fue como una fresca caricia de lluvia en el desierto. Y, como una flor del desierto, Paula se abrió con toda su alma a las caricias de su amado. Lo que había empezado como un beso ligero se convirtió en una profunda búsqueda por parte de Pedro, que acariciaba a la joven con un grave murmullo de voz. La pasión les llevó a apoyarse contra la pared, pero lo que ellos percibieron como un muro era el cuerpo de Sandy, que se quejó mugiendo y desplazándose ligeramente a un lado. Pedro se tambaleó y ambos rieron de buena gana.
—¡Oh, Sandy, qué mojigata eres! —comentó la joven mientras su acompañante reía una vez más.
—Nos vemos luego —se despidió Pedro.
Paula sintió latir el corazón fuertemente. Intentó concentrarse en su trabajo, pero tenía en mente el cuerpo y la mirada misteriosa de Pedro. Sabía muy bien lo que iba a ocurrir esa noche…
—Si no tienes nada que hacer, puedes limpiar el establo.
El hombre soltó una carcajada de consternación.
—Si lo hago yo, más tarde estaré tan cansada que no podré ni moverme.
—¿Dónde está la carretilla? —preguntó el joven de inmediato.
—En el estercolero.
Pedro se puso a trabajar con lo que podría ser descrito como entusiasmo, mientras silbaba ligeramente.
—Adviértele a Sandy que, como me vuelva a ensuciar, irá a parar a la olla.
El pub estaba lleno de gente. Ambos encontraron una mesa hacia el fondo, al lado del fuego. Pidieron patatas asadas sin pelar, con atún y mayonesa. Paula sabía que las raciones eran grandes, pero, como estaba muerta de hambre, se comió todo su plato. Los dos últimos días apenas había comido. Realmente, necesitaba ir a hacer la compra. El propietario le comentó:
—¡Cuánto se te ve por aquí últimamente! Primero Agustín y, ahora, este caballero…
Inmediatamente, Pedro dijo sarcásticamente:
—¿Agustín?
La joven se sintió culpable sin tener por qué serlo, y defendió a su vecino.
—Vinimos el jueves a tomar una cerveza para darle celos a Fiorella, la camarera. Agustín ha estado intentado entablar una relación con ella desde hace tiempo, pero la joven no le ha aceptado todavía.
—Ya sé que, según tú, sólo es un amigo, pero yo creo que estaba deseando que yo me fuera a Londres, para acosarte de nuevo.
Paula pinchó una patata violentamente y le dijo a Pedro:
—No tiene nada que ver con eso, ¿De acuerdo? O sea, que vamos a olvidarlo.
El caso es que el joven apenas pudo dejar de pensar en el granjero. No pudo disfrutar de la cena y dejó la mitad del plato sin terminar.
—¿No vas a comerte esto? —preguntó Paula, apuntando con el tenedor su plato.
—Por favor, es todo tuyo —comentó cínicamente Pedro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario