—Más o menos bien —dijo el arquitecto suspirando—. Hay mucho trabajo y estamos muy presionados. Quiero decirte que te echo de menos.
—Yo también. Parece como si estuvieras en otra galaxia.
Pedro rió con un leve tono de amargura.
—Te llamaba porque… Quiero pedirte que me acompañes en la inauguración del edificio. Es la semana que viene… El viernes por la noche.
—¿Yo? —dijo sorprendida Paula.
—Sí, tú. Pensé que te gustaría ver el proyecto una vez construido… Para ser honesto, necesito tu apoyo. Es la primera vez que me voy a enfrentar a una situación de esta envergadura y estoy muerto de miedo.
—Y necesitas alguien que te anime…
—Necesito tu presencia, compartir el momento contigo…
—Tus padres van a ir, ¿No es así?
—Sí, claro. Pero no es lo mismo. Quiero que me acompañes, pero también quiero celebrarlo contigo. Será algo muy especial.
—Primero tengo que ver si Agustín se puede ocupar de las vacas. Todavía lleva la escayola. Yo creo que si sólo se trata de una noche, podrá arreglárselas bien. Por lo tanto, tendría que volver el sábado por la mañana.
—Yo te podría traer a la granja el sábado. Lo que no voy a poder es llevarte el viernes a Londres. Voy a estar muy ocupado.
—Iré en tren, aunque primero tendré que dejar al ganado en manos de Agustín y a los perros con tus abuelos. La verdad es que me apetece mucho ir…
—Estupendo —dijo Pedro—. Bueno, te dejo, que aún hay un montón de cosas que hacer para mañana, además de otro proyecto que tengo entre manos. Ya te llamaré. Cuídate mucho.
—Tú también. Hasta pronto.
Paula colgó cuidadosamente el teléfono, pensando que tan sólo llevaban viéndose diez días. De pronto, se acordó de que no tenía nada que ponerse. Subió a su habitación y abrió el armario. En efecto, no encontró ningún vestido para llevar en tal evento. Tenía ahorrada una pequeña suma de dinero para reparar el tractor. Pero lo que iba a hacer era sacar el dinero y tomar el autobús para ir a Dorchester. Allí, se dirigiría a una tienda de ropa de segunda mano, que estaba muy bien. Si sólo se ponía el vestido una vez, podría cambiarlo de nuevo por el dinero. De ese modo, sólo perdería la pequeña comisión de la venta. Sin embargo, para ir a Dorchester, necesitaría dejar a algún vecino cuidando a sus animales y eso podría ser más complicado. La joven fue a la granja de Agustín y le encontró luchando con la horca y el heno.
—Hola, Agustín. ¿Cómo te encuentras? ¿Has sabido algo de Fiorella?
El granjero rió y paró de trabajar.
—Me dijo que los vió a tí y a Pedro el otro día en el pub… Me da la impresión de que le molestó verte de nuevo.
—Sí, en efecto —dijo Paula, riendo—. A Pedro le guiñó el ojo, para fastidiarme.
—¿Y lo consiguió?
—En absoluto —dijo Paula—. Agustín, quería pedirte un favor. ¿Tú podrías ordeñar a mis vacas el viernes por la noche y el sábado por la mañana? Yo estaría de vuelta a mediodía del mismo sábado.
—Bueno, está bien. Creo que podré arreglármelas con todo. Teniendo en cuenta de que me lo pides tú, y que Pedro es parte de tu vida…
La granjera lo abrazó rápidamente.
—Yo me ocuparé de las gallinas antes y después de marcharme. No te supondrá un gran esfuerzo.
—Cuando vivía Tomás, solía ayudarlo con frecuencia… El favor que me pides no me molesta en absoluto.
—Gracias, Agustín.
—¿Qué vas a hacer si te dice que te cases con él?
—¿Casarme con él? —repitió Paula, atónita—. Pero si apenas lo conozco…
—Ya… —dijo Agustín, sin creérselo demasiado.
A continuación, Paula tomó el autobús para ir a Dorchester. Se quedó pensando lo de un posible enlace entre el arquitecto y ella. ¡Qué tontería! La relación no duraría más que unas semanas, lo justo para que el joven se relajase un poco de la tensión del trabajo. Se sintió defraudada…
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