Paula sonrió plácidamente. Ambos bromearon unos instantes. Se iban a sentar tranquilamente pero los invitados seguían acercándose a Sam, que respondía todo el rato con buen humor y delicadeza. Esto emocionó a la joven que logró terminar su plato, mientras que el homenajeado sólo pudo probar un par de bocados de los deliciosos manjares del buffet. Cuando Pedro observó la blancura del plato de ella, se rió y le dió su parte a su acompañante. Él seguía atendiendo a clientes potenciales, repartiéndoles tarjetas del estudio. Como se les iba agotando la paciencia, decidió que comerían más tarde. De momento, tomó a Paula de la mano y ambos se marcharon a la sala de exposiciones a ver las fotos de las obras. Allí tampoco hallaron intimidad.
—Volveremos mañana —dijo Pedro de buen humor—. Vayamos al teatro: Seguro que no hay nadie.
Allí, sobre el escenario, había una pequeña orquesta que tocaba música de baile, con luz tenue.
—Nunca me habías dicho que te gustaba bailar —dijo Paula.
—Es que no he tenido oportunidad de hacerlo…
La pareja permaneció entrelazada, dejándose llevar por la música.
—¿No te he dicho todavía que estás muy elegante?
—Ya me lo has dicho, pero puedes seguir diciéndomelo todas las veces que quieras —contestó Paula.
—¿Por qué te has puesto los guantes largos?
—Para cubrir mis manos… No quería que pensaran que soy una obrera de la construcción —comentó Paula, divertida.
Pedro la estrechó entre sus brazos y posó su barbilla sobre la cabeza de la joven, dando un suspiro.
—Por fin, parece que puedo relajarme…
—Has estado maravilloso. Estoy muy orgullosa de tí, Pedro —le comentó Paula.
—Estaba muerto de miedo, hasta que te reconocí entre el público. A partir de ese momento, estuve tranquilo. Era como si me hubieses transmitido toda tu calma y la fuerza de tu espíritu.
—Ni soy tranquila ni ecuánime —dijo Paula, riendo—. No soy…
—Lo fuiste con la nieve y la avería eléctrica.
—Estaba demasiado deprimida para ponerme nerviosa. Lo único que me apetecía era acurrucarme en una esquinita… Bueno, el caso es que allí estuviste tú para ayudarme. Se lo debo a Luisa.
—Pero no perdiste el control —insistió Pedro—. Acércate, que estás muy lejos…
Los dos estaban siguiendo el ritmo de la música, compartiendo su calor. Paula notó la fortaleza y la buena forma del cuerpo de Pedro. Se dió cuenta de que estaba tan pegada a él que se le iba a arrugar el vestido. Pero no le importó y siguió bailando placenteramente. Se estaban excitando mutuamente, y se sentían completamente ajenos al resto del mundo. Ella se preguntaba cuándo podrían estar solos. En ese instante, alguien lo reconoció y Pedro mantuvo una breve conversación con él, sonriendo diplomáticamente. Había posado su mano masculina sobre una de las caderas de la joven y, cuando la banda de música comenzó a tocar una canción romántica, se puso a bailar con Paula, pidiendo excusas por retirarse. La tomó en sus brazos y se la llevó bailando entre otras parejas. Él seguía el ritmo de la melodía perfectamente, o quizá se trataba de una sincronía entre ellos dos… Bailando al mismo son. Parecía como si hubiesen sido pareja toda la vida y ella empezó a notar cómo le subía la temperatura, teniendo el cuerpo de Pedro tan cerca del suyo. No iba a poder resistir esa posición mucho tiempo más, ni él tampoco…
—Vayámonos a otra parte —propuso Pedro, esquivando a nuevos invitados que querían felicitarle.
Estaban ya en el vestíbulo, cuando de repente se encontraron con los padres de Pedro.
—Hola querido, nos preguntábamos dónde estarías… ¿Les apetece un café en algún lugar tranquilo?
Paula no se esperaba este nuevo encuentro… Y ahora no podían escapar. ¿O sí era posible?
—Lo siento —dijo el arquitecto sonriendo, esta vez sinceramente—. Paula está despierta desde las cuatro de la mañana y yo llevo durmiendo una media de tres horas al día, desde hace una semana. Teníamos ganas de retirarnos. Mañana voy a visitarlos, ¿De acuerdo?
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