jueves, 13 de abril de 2023

Refugio: Capítulo 42

Ambos siguieron abrazándose y bromeando, mientras que Pedro llevaba su maleta.


—No he traído el coche, porque el tráfico está fatal. Venga, démonos prisa: Todavía tengo cosas que hacer…


Tomaron un taxi que les llevó a través de la ciudad, hasta un centro cívico con un patio con gravilla rodeado de edificios de ladrillo. Por los alrededores, había gente que colocaba plantas ornamentales, otros llevaban banderas, los de más allá comprobaban el buen funcionamiento de las luces… Aquello era un enjambre de actividad. Pedro llevó a Paula a una zona acristalada entre dos de los edificios. Se trataba de algo realmente espectacular: Había verdor, luz, aire y espacio para dar y tomar. Paula se enamoró del lugar nada más verlo. Un ascensor transparente les llevó hasta el ático, donde se encontraba el departamento de Pedro. El joven introdujo la llave en la cerradura y dijo:


—Ésta es mi casa.


Paula se quedó impresionada por la altura de los techos y el lujoso juego de luces. Las paredes eran blancas, la madera del suelo clara y las viejas vigas del techo daban ese toque de glamour postmoderno, característico del conjunto arquitectónico. El fondo del departamento tenía dos pisos. Para acceder a la planta de arriba, había que subir por una escalera hecha de planchas de vidrio transparente, con un original pasamanos de arce. Como los peldaños eran transparentes, se podía ver la puerta de la terraza superior desde los primeros escalones. Al fondo de la planta baja se encontraba el estudio de Pedro. Había una mesa de dibujo con algún que otro diseño, fotos y un teléfono con el cual se comunicaría con los clientes y los constructores. Daba la sensación de que allí trabajaba una persona organizada y trabajadora. El piso de arriba era la zona donde estaban los sofás, delicadamente tapizados en color crudo, y elegantemente dispuestos alrededor de una mesa redonda. Se imaginó a Luna volviendo de un paseo y sentándose en uno de los maravillosos sofás de piel… ¡Qué espanto!  Todo estaba limpio y ordenado. En las paredes había cuadros originales, colocados de modo apropiado. Todo el ambiente despedía sencillez y buen gusto. Ella pensó en la cocina de la granja, donde ambos habían pasado momentos inolvidables. ¿Cómo podría soportar Pedro un lugar tan caótico y viejo, después de vivir en un sitio tan elegante?


—¿Qué te parece, Paula?


—Es maravilloso… —comentó la joven impresionada, mientras que Pedro la estrechaba en sus brazos.


—Ahora tengo que irme. Puedes hacer lo que quieras hasta que venga a recogerte.


Paula se dirigió hacia la cocina para prepararse un té. La habitación estaba decorada con madera de arce, acero inoxidable y cristal transparente. El conjunto dejó a la joven entusiasmada. De nuevo pensó en su cocina, con la estufa de leña tan anticuada… Su seguridad en sí misma empezó a debilitarse. Puso agua a calentar en un hervidor de diseño, que parecía más una obra de arte que un utensilio de cocina… Mientras el agua se calentaba, se paseó por toda la casa. La habitación de Pedro era amplia, ordenada y sencilla. Tenía una terraza que daba al Támesis y un cuarto de baño propio, lo que confirmaba que, más que un dormitorio, se trataba de una suite. Se acercó al salón y se dejó caer sobre uno de los sofás. Por fin, se preparó una taza de té. Esta vez, en vez de sentarse, subió al piso de arriba para disfrutar de la infusión junto a la terraza. Estaba empezando a anochecer, pero todavía podía apreciarse la fealdad del paisaje urbano. Sin embargo, las luces de la ciudad se fueron encendiendo poco a poco. ¡Ahora sí que podía disfrutar de la vista de la ciudad en todo su esplendor! Cuando se terminó el té, fue a buscar una percha para su vestido. Abrió el armario y sacó una. Se quedó impresionada por la cantidad de trajes, pantalones y jerséis que había. Casi toda la ropa era de diseño y cara. Todo lo que había allí dentro servía para vestir a un hombre de éxito, con una rica vida social. 

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