Paula se puso a pensar en su modo de vida tan provinciano… Lo más probable era que Pedro la estuviera utilizando como pago de su ayuda en la granja. Súbitamente, se puso a llorar. Estaba a punto de descolgar el vestido, meterlo en la maleta y marcharse a su casa cuando apareció el arquitecto.
—¿Qué tal? —y la tomó en sus brazos sin darle tiempo para rechistar—. Humm… ¡Qué bien hueles! ¿Te apetece una taza de té?
—Claro que sí —dijo Paula, sonriendo.
—No he podido parar en todo el día. ¿Qué opinas del departamento?
—Es precioso —respondió la joven sinceramente, consciente de que ya no podría escapar hasta después de la inauguración…
—Paula, tengo que volver abajo. Usa el baño a tu antojo y vístete tranquilamente. Si bajas a las siete y media, te estaré esperando en la entrada.
Paula sintió una ola de pánico, pero en seguida recuperó el control. Después de todo, ya era mayorcita y había hecho cosas peores. En efecto, había batallado por sus clientes en los tribunales con cierta seguridad.
—Está bien, Pedro.
Ambos se despidieron con un beso en los labios.
—Me voy a duchar rápidamente para dejarte el cuarto de baño libre lo antes posible.
Al cabo de media hora, apareció vestido con un elegante traje. La única nota negativa la proporcionaba la corbata, que estaba mal anudada.
—¿Sabes hacer nudos de corbata?
Paula sonrió y dijo:
—Es mejor que la planchemos primero un poco.
Ambos fueron a la cocina y sacaron una tabla de planchar de uno de los armarios. Encendieron el aparato y, cuando estuvo caliente, Paula alisó con cuidado la seda de la corbata. Pedro estaba realmente nervioso. Miró el reloj e hizo una mueca.
—No te agobies, que esto ya está listo —dijo Paula con mucho remango—. ¿Tienes un pañuelo limpio?
—¿Me lo pides para sonarte?
La abogada utilizó el pañuelo para humedecerlo y ponerlo sobre la corbata de seda. Con habilidad, Paula dejó las dos prendas convenientemente planchadas. A continuación, le puso la corbata al joven y le hizo un nudo que quedó perfecto. Ella era la única en su casa que le anudaba adecuadamente la corbata a su padre. Tenía que asistir a numerosas recepciones y siempre confiaba en su hija para el detalle final.
—Ya está. Ahora ya puedes bajar a la inauguración —ordenó suavemente la abogada.
—Estupendo. Entonces, nos vemos a las siete y media.
Pedro tomó el rostro de Paula y de dió un beso rápido. La joven le quitó una mota de los hombros y le dió otro beso en los labios.
—Buena suerte.
—Gracias.
Paula pudo ver su sonrisa, pero también el grado de tensión que le tenía atemorizado. Tampoco había tenido noticias del premio para el que había sido nominado. Esto suponía una pequeña preocupación más… La joven se metió en el cuarto de baño y se introdujo en el jacuzzi, disfrutando de los chorros de agua templada y de las burbujas. Se lavó el pelo, consciente de que debería darse un poco de prisa. Se maquilló y comenzó a vestirse. Necesitaba la ayuda de alguien, pero al final se las arregló para ponerse el vestido negro y el resto de los complementos. Se secó el pelo, que, desde que vivía en plena naturaleza, tenía mucho mejor aspecto, y lo peinó cuidadosamente. Ahora le tocaba el turno a las manos. Las untó con una crema apropiada y se puso los guantes largos. ¡La única persona que la había visto con ellos alguna vez era el veterinario! ¿Por cierto, cómo estarían los animales? Quizá tendría que llamar a Agustín… Descartó la idea y terminó de arreglarse. Bajó al piso de abajo para contemplar el resultado final e incluso ella misma se encontró estupenda. Se preguntaba qué es lo que pensaría Pedro. Como ya estaba lista, iba a salir del departamento. De repente, sonó el teléfono, pero, en vez de contestar, dejó que saltara el contestador automático.
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