Pasaron varias semanas y Paula estaba realmente desanimada, por la dureza del clima y por la pena de no volver a ver a Pedro. Sacó las vacas al pasto y pensó que tenía que limpiar el establo con el tractor. Para eso hacía falta dinero. La joven decidió ir a Dorchester a vender el vestido negro de la inauguración y uno de sus trajes de chaqueta. Tomó el autobús e hizo sus recados. Con el dinero obtenido, Jem se sentía rica. Se fue a una cafetería a merendar y más tarde, se sentó en un banco del parque. Con sus manos tan estropeadas, se dedicó a contar las semanas de retraso de su período. Habían pasado siete semanas desde que tuvo su última menstruación. Fue a una farmacia a comprar un test de embarazo. Tras tomar el autobús de vuelta, llegó a casa e hizo la prueba de embarazo que dió positivo. Su corazón comenzó a latir apresuradamente. «Estoy embarazada. Un hijo de Pedro va a crecer dentro de mí y dentro de siete meses lo tendré en mis brazos» pensó, siendo consciente de la importancia del acontecimiento.
—Voy a tener un niño, Daisy. ¿Qué te parece?
La perrita comenzó a mover el rabo alegremente, manifestando su apoyo incondicional. La joven se sentó en la cocina observando la cánula del test teñida de azul. No se atrevía a tirarla por si acaso… De repente, Luna se puso a ladrar desaforadamente y apareció Agustín. Paula metió a toda prisa la barra azulada en un recipiente de cocina que estaba a mano.
—Hola, Agustín.
—¿Cómo estás?
—Bien, gracias. ¿Cómo va tu brazo?
—Ya no llevo la escayola. Veo que has sacado a las vacas al pasto.
—Quería que les diera el aire. Tengo que hacer limpieza en el establo, pero como no disponía de tractor…
—No me querrás vender las vacas como regalo de boda… —soltó de pronto el granjero, jugando con la caja de Paula distraídamente.
—No. Pero, ¡Agustín, felicidades! —exclamó Paula, dándole un abrazo—. Calla, Luna, que se va a casar, pero no conmigo.
Entonces habló el granjero con las mejillas encendidas.
—Parece ser que yo le gustaba a Fiorella, pero no me lo dijo para que yo insistiera.
—Y tú no lo hiciste.
—No… Al menos durante un año. Parece estúpido, ¿Verdad? Nos hemos conocido poco a poco, charlando a uno y otro lado de la barra del pub.
—Y esta vez sí ha accedido a tu petición…
—Claro, estoy enamorado de ella —reconoció torpemente Agustín, no queriendo hablar mucho de sus sentimientos íntimos.
El granjero bajó la mirada y, en un segundo, descubrió lo que había dentro de la caja con la que estaba jugando.
—Paula… —murmuró sin saber qué decir.
—No se te ocurra comentárselo a nadie —le amenazó Paula, agitando su dedo índice.
—¿El hijo es de Pedro?
—Por supuesto, de quién iba a ser.
—Los de la ciudad hacéis cosas distintas a las nuestras.
—Yo detesto la ciudad —replicó la granjera.
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