martes, 11 de abril de 2023

Refugio: Capítulo 38

La granjera se lo comió todo, con apetito.


—Como te decía, Agustín me pidió que viniéramos porque…


—Quiero que sepas que eres perfectamente libre de hacer con él lo que quieras.


—…porque está intentando ligar con la camarera… Hola, Fiorella.


—¿Les apetece algo de postre? —dijo la joven, mientras recogía los platos.


—Tarta de manzana con nata, para mí. ¿Y tú Pedro?


—Lo mismo. Seguro que acabas comiéndotela tú…


La camarera le guiñó un ojo a Pedro, cuando se retiró de la mesa.


—Como te decía, a Agustín le gusta esa chica. Lleva cortejándola un año, pero todavía no le ha dicho que sí. Por eso recurrió a los celos. Ésa es la única razón por la cual estuvimos aquí el jueves.


—Lo siento, Pau, te creo, pero es que hay algo en Agustín que detesto. Puede que sea culpa mía: quizá sea demasiado posesivo contigo.


«Ya está. Con una explicación, sus celos han desaparecido», pensó la joven, aliviada. Fiorella trajo el postre y ambos se lo comieron todo.


—¡Qué rico! He recuperado el apetito —dijo Pedro más contento.


Cuando terminaron con la cena, el arquitecto fue a la barra a pagar. Luego salieron del pub y Pedro ayudó a acomodarse a Paula en el coche. Recorrieron estrechos caminos para regresar a la granja y, cuando llegaron, los perros les saludaron como si hubiesen estado fuera una eternidad. Ella iba a meter la llave en la cerradura, pero apenas podía hacerlo porque él se había pegado a su espalda… Una vez en la cocina, la joven puso agua a calentar.


—¿Te apetece tomar té o café?


—Ninguna de la dos cosas, gracias. Lo que quiero es abrazarte porque el último beso te lo dí hace demasiado tiempo.


Paula retiró el agua del fuego y volvió a los brazos de Pedro.


—Te he echado mucho de menos… —dijo Paula, enfrentándose al abrigo de su amado—. Sólo ha pasado una semana desde que nos hemos vuelto a encontrar y ya estamos tan unidos… ¡Es una locura! 


—Sí, realmente lo es. Pero la vida es así —contestó Pedro mientras la miraba a los ojos.


«Lo más probable es que note la debilidad que siento por él, mi vulnerabilidad absoluta que me hará llorar cuando se vaya de mi lado…», pensó la joven.


—Vayamos a la cama —propuso Pedro sensualmente.


Las buenas intenciones de darse tiempo para que se conocieran un poco más fueron vanas. Paula necesitaba estar con él, lo deseaba… Definitivamente, podía decir que lo amaba. Se despidió de los perros dándoles una galleta y siguió a Pedro al piso de arriba. Una vez dentro del dormitorio, cerraron la puerta. Desde ese instante, el hombre se unió a ella en un todo y estuvieron acariciándose y besándose apasionadamente.


—Pedro…


—Paula…


Ambos murmuraban con deseo palabras perdidas. Se desnudaron con prisas, pero a continuación, el ritmo de su respiración se hizo lento e intenso; no querían apagar demasiado deprisa el fuego ardiente de su amor…


—Sabes tan bien, Paula —dijo Pedro, acariciándola tiernamente, tocándola con sus manos diestras y haciéndola perder la cabeza de deseo.


El hombre la estimulaba, luego la abandonaba, sin darle tregua, hasta que los dos culminaron la espiral enloquecida de la pasión.


—¿Pedro? —susurró la joven.


—Lo sé, mi amor, lo sé —contestó Pedro, acunándola tiernamente contra su pecho. 

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