jueves, 27 de abril de 2023

Heridas Del Pasado: Capítulo 6

Sintió cómo Paula acortaba la distancia entre ellos, el calor de su cuerpo apretado contra el suyo. En las partes sin dañar, porque los nervios de la piel herida que cubrían casi la mitad de su torso habían perdido sensibilidad. Se preparó para el momento de abrir los ojos, esperando encontrar repulsión y horror en ellos, o incluso la mórbida fascinación que descubría en ocasiones. Pero lo que vió al abrirlos fue maravilla y algo parecido a la admiración. Ella estaba completamente embelesada. «No me gusta el fuego», había dicho Pedro. Sí, tenía el torso desfigurado gravemente por las cicatrices que le recorrían desde el antebrazo hasta el cuello, cubriéndole casi la mitad del pecho. Los dibujos que formaba la cicatriz en el pecho eran dolorosamente hermosos para ella, y no podía ni imaginar el dolor que debió experimentar para que se curaran, ni el tiempo que debió necesitar.


–¿Qué ves? –preguntó Pedro. 


Exigió casi. Y ella dijo las palabras que le vinieron a la cabeza.


–Magnificencia.


«Masculinidad pura». Aunque esto último no llegó a decirlo en voz alta. Dejaría claro el deseo que sentía. Extendió la mano, pero él la atrapó al vuelo y la envolvió con sus grandes dedos con suavidad y al mismo tiempo firmeza. Paula le lanzó una mirada fija, consciente de que estaba reteniendo el aire en los pulmones. Consciente de que tenía la piel en llamas por el deseo de volver a sentir la conexión que habían experimentado antes cuando se besaron. Apretó la mano de Pedro, entrelazada en la suya, y acortaron la distancia entre sus cuerpos. Él se contenía, pero ella se dió cuenta de que estaba haciendo un esfuerzo por contenerse. El instinto pudo más que ella y le depositó un suave beso en el pecho, en el músculo pectoral cubierto por una zona de cicatriz que le recordó a un gran roble blanco, nudoso y majestuoso al mismo tiempo. Trazó el camino que sus labios habían cubierto por el pecho con la mano libre, deleitándose al sentir cómo Pedro contenía la respiración.  Por muy inocente que fuera, podía reconocer el deseo en sus ojos porque lo sentía en su interior. Depositó otro beso en el centro de su pecho y se sintió extrañamente expuesta. Quería saberse rodeada por sus brazos, esconderse allí de aquella pasión que le resultaba abrumadora. Un escalofrío de deseo le recorrió todo el cuerpo, y fue entonces cuando él le soltó por fin la mano. Paula lo miró a los ojos, que estaban clavados en los suyos.


–No sigas.


–¿Por qué?


–No sabes lo que estás haciendo. Lo que estás pidiendo –afirmó él casi con rabia.


–Tal vez sea un poco ingenua, pero…


–¿Un poco ingenua? Eres completamente inocente, Paula.


–¿Y eso significa que no sé lo que quiero?


–Significa que no entiendes las implicaciones de lo que quieres.


–Eso le sucede a todo el mundo, ¿No?


–Esto es algo que debes hacer con alguien capaz de quedarse a tu lado.


«Nadie se queda nunca a mi lado», aseguró su mente, rebatiendo todos y cada uno de sus argumentos. Sabía en el fondo que aquello era lo que anhelaba con todo su ser. Nunca había estado tan segura de nada en su vida, y temía que si Pedro se alejaba ahora, perdería algo con lo que solo había soñado en sus noches más oscuras.


–No pido nada más que esta noche.


Pedro se había equivocado. Era una seductora. Una seductora que le estaba ofreciendo algo que le resultaba casi imposible rechazar. Era tan hermosa, tan pura… Una luz para su oscuridad, y terminaría arrastrándola con él si le daba lo que quería. Nunca se había permitido a sí mismo aceptar algo tan puro. Las compañeras de cama que escogía conocían el juego. El placer de dar y recibir, nada más. Porque había aprendido hacía mucho tiempo que cualquier otra cosa era un sueño ridículo. Pero se negaba a ser él quien le enseñara a Paula aquella lección. Y, sin embargo, no podía evitar pensar que si se alejaba ahora, si la dejaba allí sola, algo profundo dentro de él se rompería. 

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