"Estúpida, estúpida, estúpida". ¿Qué diablos había hecho? Paula había salido corriendo del suntuoso salón de baile del hotel La Sereine tras su discusión con Ignacio, temblando por la devastación que había visto en sus ojos y en los de su prometida cuando reveló accidentalmente el plan de él de dejar a Sofía en el altar. Ignacio Tersi, el hombre al que pensaba que amaba desde hacía seis años. Pero no era así. Se dio cuenta de ello cuando vió el horror y la tristeza reflejados en los rostros de la pareja de prometidos. Nada de lo que había sentido alguna vez por Ignacio había suscitado tanto dolor.
Paula Chaves aspiró con fuerza el aire mientras sentía cómo le caían libremente las lágrimas por las mejillas. Lágrimas por ellos y por sí misma. Porque sabía que había destrozado algo entre ellos que había buscado para ella durante mucho, mucho tiempo. Sabía que lo que pensaba que sentía por Ignacio no era más que un deseo desesperado de ser amada. Se maldijo a sí misma por su debilidad. Una parte de ella deseaba desesperadamente volver, explicárselo a Sofía y disculparse con Ignacio… Pero lo cierto era que temía causar más daño que otra cosa. Así que se dejó caer sobre la suave hierba que rodeaba el lago bajo el cielo nocturno. Agarró con fuerza el cuello de la botella de champán a la que se había agarrado mientras lanzaba las palabras que amenazaban con romper el lazo entre dos personas que claramente se amaban. Nunca había sido muy de beber, pero a sus veintidós años, pensó que si había algún momento bueno para emborracharse hasta perder la consciencia, sin duda era aquel. Ignacio, el mejor amigo de su hermano mayor, había estado presente en su vida desde que ella cumplió dieciséis años. Gonzalo e Ignacio se habían unido al instante tras un acuerdo empresarial beneficioso para ambos, y no había ni un solo recuerdo familiar en los últimos seis años en el que no estuvieran los dos. Contuvo una carcajada al pensar en la palabra «Familia». No había visto a su padre ni a su madrastra en casi dieciocho meses. Y estaba bien así. Se preguntó qué pensaría su padre de lo que había pasado. Seguramente le dedicaría aquella mirada con la que en realidad no la estaba viendo a ella, sino a otra mujer, una a la que había amado tanto que no fue capaz de recuperarse de su pérdida. Y luego daría un respingo cuando empezara a hablar, porque entonces se vería que no era su madre por mucho que se parecieran. No tenía recuerdos de ella, ni ningún objeto heredado. Valeria, su madrastra, se había encargado de que fuera así. Solo conservaba un collar. El que siempre llevaba puesto como homenaje a la mujer que había muerto dándole la vida. Alzó la vista hacia el cielo nocturno y se presionó los párpados con las palmas de las manos. Oh, Dios, ¿Qué había hecho?
–¿Está ocupado este asiento?
Desde el momento en que Pedro vió aquella figura al lado de Lac Peridot, un extraño instinto de autoprotección le hizo saber que debía marcharse de allí. Salir corriendo. Desde la vacía baranda que rodeaba el salón de baile del hotel andorrano, donde estaba celebrándose una gala benéfica, había visto a aquella mujer de pelo oscuro vestida de encaje blanco bajo la luz de la luna. Pedro Alfonso sabía que no era prudente acercarse a una mujer que estaba tan claramente perdida en sus pensamientos, pero no pudo evitarlo. Había algo bellamente trágico en ella. La joven se sentó de manera descuidada y miró hacia el lago con una botella entre la tela del vestido. No se trataba de una seductora experimentada, su habitual compañía. Había en ella una inocencia, un brillo, que lo atraía. Aunque no era en absoluto un caballero andante. No. Era la bestia sobre la que las madres alertaban a sus hijas. Por primera vez desde hacía años, no podía negarse el deseo de ver más de cerca a la mujer que le había atrapado la vista y la imaginación. Se apartó de la baranda y dejó atrás los sonidos y el ambiente del baile para caminar despacio por la suave hierba, deteniéndose a un metro de donde estaba la joven.
–¿Está ocupado este asiento?
Ella se lo quedó mirando desde la hierba. La confusión se reflejó un instante en el rostro de la joven.
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