Pedro rodeó con el brazo a Paula y la atrajo hacia sí. Estaban en Haughton, sentados en una manta de picnic que habían extendido en el césped, y observaban en silencio el atardecer sobre el lago. Ella suspiró de puro contento y apoyó la cabeza en el hombro de él.
–¿Seguro que no te importa que pasemos la luna de miel aquí en Haughton? –le preguntó levantando la cabeza para mirarlo.
Él sacudió la cabeza.
–Pues claro que no. ¿O acaso no sabes que yo soy feliz dondequiera que estés tú? Si aquí es donde tú eres feliz, nos quedaremos aquí el resto de nuestros días –le aseguró con una sonrisa afectuosa, y la besó en la frente.
–Es que… Siento que si alguna vez abandono Haughton a mi regreso me encontraré con que toda esta felicidad era solo un sueño –murmuró–, con que aún vivo con Graciela y Jimena, y que siguen intentando obligarme a vender la propiedad.
Pedro volvió a sacudir la cabeza.
–Ni hablar –le dijo con decisión–. Esto es real, no un sueño. Y en cuanto a tu madrastra y tu hermanastra… Te prometo que no volverán a poner un pie por aquí. Y, si se les ocurre volver al Reino Unido, ten por seguro que me enteraré.
Ella se incorporó y lo miró sin comprender.
–¿Qué quieres decir? –le preguntó.
–Que las tengo vigiladas –le confesó Pedro–, vayan donde vayan. De modo que, si en algún momento intentan volver a aprovecharse de alguien rico y vulnerable como lo era tu padre, me encargaré de hacer que esa persona sea puesta sobre aviso. Aunque puede que ya no necesiten desplumar a ningún otro hombre, ahora que tienen dinero a espuertas. Y no me refiero solo al dinero que les pagué por su parte de Haughton, aunque no se lo merecían.
Paula parpadeó y frunció el ceño.
–No comprendo…
Pedro esbozó una sonrisilla maliciosa.
–Pues… Resulta que les mencioné ciertas inversiones inmobiliarias que podrían generar importantes beneficios, y parece que tomaron nota, porque lo último que sé es que decidieron seguir mi consejo e invirtieron… Y, no sé, la verdad es que eran unas inversiones con cierto riesgo, así que… Bueno, digamos que yo desde luego no lloraré si acaban desplumadas.
Paula giró la cabeza y se quedó mirando el lago. A ella, que había estado a un paso de perder su amado hogar, también le costaría sentir lástima de Graciela y Jimena si perdiesen ese dinero.
–Si se quedan sin nada será cosa del karma –murmuró.
–Ya lo creo –asintió Pedro–. Y también cosa del destino, que me trajo aquí… Para que nos conociéramos.
Giró él también la cabeza hacia el lago. Ahora Haughton era el hogar de ambos, y sería el hogar de sus hijos. Una sensación de dicha lo embargó. Con la mano libre sacó la botella de champán de la cubitera que tenía a su lado.
–Hora de hacer otro brindis –dijo.
Paula sostuvo las copas de los dos para que las llenara. Pedro volvió a dejar la botella en la cubitera y tomó su copa.
–Por nosotros –dijo levantándola y mirando a Paula con ojos rebosantes de amor–. Por nuestro matrimonio, por nuestra vida juntos, por nuestro amor y por nuestro hermoso y querido hogar.
–Por nosotros –repitió Paula–, y por tí, mi adorado y maravilloso Pedro, que has hecho que todos mis sueños se hagan realidad.
Brindaron, Pedro la besó con ternura, y ambos tomaron un trago de champán.
–Va a ser una luna de miel muy ajetreada –comentó él–, deshaciendo esa aséptica decoración del estilista al que contrató tu madrastra y devolviendo a la casa su aspecto original. Es una suerte que conservaras la mayoría de los muebles antiguos en el desván.
–Cierto. Aunque necesitaremos cortinas nuevas, y quizá también volver a tapizar los sofás –observó Paula.
–Elegiremos juntos las telas –respondió Pedro–. No sé si te lo he dicho – añadió con un brillo travieso en la mirada–, pero siempre me han gustado los lunares. Creo que en el salón quedarían ideales unas cortinas de lunares… – bromeó.
Paula se rió.
–Eso mejor lo dejamos para el cuarto del bebé –contestó.
Pedro parpadeó y la miró con mucho interés.
–¿Estás intentando decirme algo?
Por su tono parecía que aún estaba bromeando con ella, pero a Paula no la engañaba.
–Bueno, no –admitió–, pero a lo mejor por estas fechas el año que viene… Así le daré tiempo a la directora para que encuentre a alguien cuando me dé de baja por maternidad.
–Entonces, ¿Quieres seguir enseñando? –inquirió Pedro.
–¡Por supuesto que sí! –exclamó ella al instante–. No podría ser solo la esposa de un hombre rico y pasarme todo el día sin hacer nada. Además – añadió, mirándolo con picardía–, si dejo de dar clases de gimnasia puede que me abandone y acabe poniéndome como un tonel. ¡Y entonces tú ya no me querrás! –concluyó con un mohín.
Pedro se rió, le quitó la copa de la mano y la puso a un lado junto con la suya antes de rodearle los hombros con un brazo y tomarla de la barbilla con la otra mano.
–Mi diosa, mi leona… ¿No te das cuenta de que es a tí a quien quiero, que todo lo demás me da igual? Aunque te pusieses oronda como una ballena, no te querría ni un ápice menos.
–Mira que te tomo la palabra… –bromeó ella, aunque le temblaba la voz y se le habían humedecido los ojos.
¡Qué afortunada era! Sí, era la mujer con más suerte del mundo porque alguien tan maravilloso como Pedro la amaba. Él la besó de nuevo, y aquel beso, que empezó siendo tierno y afectuoso, se tornó pronto sensual y apasionado. Cada vez más apasionado. Pedro tiró suavemente de Paula y quedaron tumbados el uno junto al otro, bañados por el sol del atardecer mientras el deseo se apoderaba de ellos, un deseo que era la manifestación tangible de un amor sin fin, un amor que los mantendría unidos durante el resto de sus vidas…
FIN
Sencillamente me encantó esta historia!!
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