Pedro se rió y le dió un largo beso.
–Es verdad. Pero lo que sí hay –le dijo– es una cama, una cama enorme y el colchón es muy, muy cómodo… Te lo aseguro.
Y vaya si lo era, porque a pesar del jet lag, cuando Pedro la llevó dentro de nuevo, entre besos ardientes y caricias, el fuego de la pasión se apoderó de ellos, desterrando cualquier pensamiento de su mente.
–Yo quería bajar a la playa a nadar… –fue lo último que pudo murmurar Paula, a modo de desganada protesta, mientras él la llevaba en volandas a la cama.
–Luego –la cortó Pedro, silenciándola con un beso.
Y más tarde, cuando yacían exhaustos pero saciados el uno en brazos del otro, Pedro pensó que, para ser alguien que hasta hacía solo unos días había estado convencida de que resultaba repelente al conjunto del sexo masculino, poco a poco estaba demostrando más seguridad en sí misma y se estaba mostrando maravillosamente desinhibida. Era como si lo que estaba pasando entre los dos hubiese estado predestinado… Cuando Paula salió del agua, con las gafas de buceo y el tubo de snorkel colgando de la mano, sintió de inmediato el calor del sol en su cuerpo. Pedro, que había emergido antes que ella, se recreó en cómo la tela mojada de su camiseta se pegaba a sus voluptuosos pechos.
–¿Almorzamos? –le preguntó.
–Sí, me muero de hambre –asintió ella, mirándolo con cariño.
Los días habían pasado volando. Habían nadado y hecho snorkel, y también habían hecho vela y piragüismo. También había acompañado a Pedro mientras inspeccionaba el complejo turístico y hablaba con el gestor del proyecto, el arquitecto y el equipo de trabajo, que eran de la isla principal del archipiélago, donde vivían. Había sido muy revelador para ella ver a Pedro tratando con esas personas que trabajaban para él, porque hasta tuvo palabras amables para el miembro más joven del equipo de trabajo, y todos parecían respetarlo. Eso decía mucho en su favor. Después de un almuerzo delicioso de pescado y marisco que cocinaron en una fogata en la playa, se sentaron cerca de la orilla, a la sombra de una palmera, a relajarse y hacer la digestión.
–Creo que hay lugares en el mundo donde está bien hacer nuevas edificaciones, y lugares en los que no –comentó Pedro–. Lugares donde se puede edificar si se hace de un modo respetuoso con el medio ambiente, como estoy tratando de hacer yo aquí, y lugares que no deberían tocarse, lugares en los que solo se debería conservar y restaurar lo que ya hay, lo que las generaciones anteriores levantaron.
Paula alzó la vista hacia él.
–Estoy de acuerdo. A lo mejor el ser griego ha influido en que pienses así, habiendo crecido entre tantos vestigios de la Antigüedad…
Pedro le lanzó una mirada de reproche que no se esperaba.
–No se puede vivir en el pasado; es insano –le dijo–. A veces hay que soltar lastre, dejar atrás el pasado y mirar hacia delante, empezar una nueva vida.
Paula apartó la vista, deseando que Pedro no hubiera dicho eso. Era la primera vez desde su llegada al Caribe en que se había referido al motivo por el cual en ese momento estaban juntos, y no quería pensar en eso.
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