jueves, 14 de octubre de 2021

Deja Que Te Ame: Capítulo 43

 –Y lo vendió. Vendió buena parte de las joyas de mi madre; solo se quedó con las que le gustaban a ella o a Jimena. De hecho, a las dos les gustan las perlas, y el collar de perlas que Graciela llevaba el día que viniste a almorzar era un regalo que mi padre le hizo a mi madre por sus diez años de casados, y la pulsera de perlas que llevaba Jimena me la regalaron mis padres al cumplir los trece años. Jimena me la quitó y se la quedó para ella; dijo que era un desperdicio que alguien como yo, que no soy más que una elefanta torpe y fea, tuviera algo así. Y nunca, jamás, dejó escapar la oportunidad de recordármelo. Cuando fuera y donde fuera. Consiguió que en el colegio se rieran de mí, y ha seguido riéndose de mí todos estos años. ¡Ha estado burlándose sin piedad de mí desde que mi pobre padre cayó en las garras de su madre! –hizo una pausa para tomar aliento antes de continuar–. Y sí, cuando Graciela se casó con él, mi padre era un hombre muy rico. Eso fue lo que la atrajo de él, su dinero. Le encantaba gastarlo a manos llenas. Y eso fue lo que hizo: ¡Gastar, gastar y gastar! Se lo gastó todo, ¡Todo! Se lo gastó en interminables vacaciones en lugares carísimos. Se gastó una fortuna para contratar a un importante diseñador de interiores para redecorar Haughton. Y se gastó aún más dinero en prendas de alta costura para Jimena y para ella, encoches deportivos que cambiaba cada año, en joyas, en fiestas, y en general en vivir por todo lo alto a expensas de mi padre.


Pedro no podía dar crédito a lo que estaba oyendo. Levantó una mano y abrió la boca para decir algo, pero Paula no se lo permitió.


–Y lo que te dijo Graciela es mentira –le espetó–. Mi pobre padre no pudo dejarme sus acciones ni sus activos porque tuvo que venderlos para poder mantener el tren de vida de ella. Cuando murió prácticamente no le quedaba nada excepto Haughton, y, si les dejó dos tercios a Graciela y Jimena, fue porque mi madrastra se aseguró de que modificara su testamento cuando se casaron. Así que ya ves, no me queda nada salvo un tercio de Haughton, así que me resultaría difícil comprarles a ellas su parte con mi sueldo de profesora. Con eso pago la comida, las facturas, las tasas del ayuntamiento… Y los gastos básicos de mi madrastra y mi hermanastra, como cuando van a la peluquería. Sus viajes al extranjero, por supuesto, los pagan vendiendo las antigüedades y los cuadros que aún quedan en la casa. Aunque, para ser justa con ellas –añadió con sarcasmo–, es lo mismo que he decidido hacer yo para pagar toda la ropa que compré. Al fin y al cabo, ¿por qué no habría de agenciarme yo también una parte, una ínfima parte, de lo que aún queda, teniendo en cuenta todo con lo que ha arrasado mi madrastra? Y por eso mismo… –su voz sonaba fría como el acero, y sus ojos relampagueaban–. Por eso mismo, ¿No crees que tengo derecho a mostrarme reacia, cuando menos, a dejar que esas dos sanguijuelas vendan la casa de mis padres, que me arrebaten también eso? Es lo único que me queda. Me han quitado todo lo demás, ¡Todo! Desangraron a mi padre y convirtieron su vida y la mía en un infierno, y las odiaré con toda mi alma hasta el día en que me muera.


Paula exhaló un suspiro tembloroso, como si ya no le quedaran energías, pero aún no había terminado.


–Así que, si no te importa, me marcho. Vuelvo al lugar en el que nací y crecí, donde una vez fui feliz, hasta que esas… Aves carroñeras lo invadieron. Me vuelvo al hogar que tantas veces soñé que un día sería mío, donde formaría mi propia familia, donde viviría el resto de mis días… Ese hogar que ahora quieren arrebatarme esas dos viles avariciosas porque ya es lo único que pueden quitarme. Y por eso quiero disfrutar de él el tiempo que pueda, hasta que un juez me obligue a abandonarlo.


Con el rostro contraído y lleno de dolor, se dió media vuelta y agarró su maleta y su bolso, que había dejado junto a la pared, y Pedro, aturdido y sin saber qué hacer o qué decir, la vió salir de la suite y cerrar tras de sí de un portazo.

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