jueves, 14 de octubre de 2021

Deja Que Te Ame: Capítulo 42

Paula le dió un empujón y se tambaleó hacia atrás. Estaba mirándolo con los ojos muy abiertos, como espantada.


–¡Es mi hogar! ¿Por qué debería vendérselo a alguien como tú que acabará convirtiéndolo en un hotel? ¿O que se lo venderá a algún oligarca, o a un jeque que solo lo pisara una vez al año, si es que lo pisa?


Pedro sacudió la cabeza.


–No es eso lo que pienso hacer con Haughton. Lo que quiero es…


Ella no le dejó terminar. ¡Dios!, ¿por qué había elegido precisamente ese momento para volver a aguijonearla? ¿Por qué no podía dejarla tranquila, dejar de insistirle una y otra vez?


–¡Me da igual lo que quieras! –le espetó–. Lucharé hasta el final; lucharé contra Graciela y contra Jimena hasta el final. Haughton es mi hogar… ¡Y lo único que quiero es vivir allí en paz!


–¡Pues entonces hazlo! –exclamó Pedro, cortando el aire con un golpe de su mano. Estaba tan exasperado que no podía controlarse–. Cómprales su parte a tu madrastra y tu hermanastra y pon fin a esa disputa vengativa que está envenenándote.


Vió cómo sus palabras paralizaban a Paula.


–Que les compre su parte… –murmuró.


No era una pregunta, ni una afirmación; solo un eco de lo que él había dicho. Y se había puesto pálida, muy pálida. Pedro inspiró.


–Sí, cómprales su parte. Si es así como te sientes, cómprales su parte para que puedan irse a vivir a otro sitio a kilómetros de ti; estoy seguro de que ellas también están ansiosas por alejarse de tí. Y entonces acabará esta tragedia griega. Bien sabe Dios que he intentado mostrarte que hay otro mundo ahí fuera, que podrías disfrutar de tu vida, pero mientras sigas empeñada en vengarte de ellas, en castigarlas, el veneno seguirá destruyéndote.


Resopló con pesadez. Era como darse cabezazos contra una pared. Se dió la vuelta y fue a la mesa a servirse una taza de café que se bebió de un trago, con rabia. ¿Es que era incapaz de ver el daño que se estaba haciendo a sí misma? Sintió un ligero toque en el brazo. Era Paula, reclamando su atención. Dejó la taza en la mesa y se volvió hacia ella. Había algo extraño en su expresión, algo que no había visto antes y que le hizo pensar en un animal herido de muerte.


–Has dicho que debería comprarles a Graciela y a Jimena su parte de Haughton –dijo con un hilo de voz–. ¿Con qué dinero? –le espetó.


Pedro resopló exasperado.


–Paula, no me seas melodramática –la increpó–. Podrías comprársela si quisieras. Graciela me dijo que salvo las dos terceras partes que tu padre les dejó de Haughton a Jimena y a ella, tú heredaste todo lo demás: sus acciones, sus activos… Ella misma me dijo que era un hombre muy rico.


Paula seguía pálida como una sábana, pero cuando habló lo hizo en un tono muy calmado. Demasiado calmado.


–Deja que te diga algo, Pedro. ¿Recuerdas la noche de la fiesta de disfraces?, ¿Ese joyero al que hiciste venir? ¿Recuerdas que elegí al instante ese conjunto de rubíes?


También había algo extraño en su voz, algo que hizo a Pedro fruncir el ceño.


–No lo elegí por que combinara bien con el color de mi vestido –continuó Paula–. Fue porque… –apretó los puños– porque esas joyas pertenecieron a mi madre. Las reconocí al momento; en especial el anillo, porque era su anillo de compromiso. Y antes perteneció a mi abuela, y a mi bisabuela… Igual que el resto del conjunto. A mi madre le encantaba, pero a Graciela no.


A Pedro, que se temía lo que venía a continuación, se le heló la sangre en las venas.

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