Aunque tampoco era un hombre que mostrara deferencia con mucha gente. Era demasiado duro y millonario para ser intimidado, y aunque el antiguo vaquero probablemente era más rico que ella, su falta de educación, había oído decir que no había completado el instituto, y su pasado como peón de rancho lo excluían de ser un miembro íntimo del pequeño círculo privilegiado de Coulter City y sus alrededores. Sospechaba que a un hombre como él jamás se lo podría comprar o sobornar, y la única intimidación que surtiría efecto en él era la extraña intimidación que de pronto sintió ella. Plantó una leve sonrisa en su rostro para irradiar la amigabilidad que necesitaba proyectar, pero la necesidad de hacerlo hizo que apretara los dientes. Podría encontrar otro vuelo, pero poco factible antes del día siguiente. La posibilidad de que al día siguiente fuera demasiado tarde fue lo que la impulsó a tomar en consideración el empleo del encanto.
-¿Señor Alfonso? -comenzó cuando al fin lo alcanzó-. Tengo entendido que va a volar a Colorado -esas gafas con espejo se posaron en ella unos momentos mientras caminaban juntos. Ella se obligó a sonreír aún más bajo su escrutinio, aunque el esfuerzo pareció una mueca incómoda-. Estoy más que dispuesta a pagarle -añadió, luchando por mantener la voz razonable y agradable. La sorpresa de su silencio hizo que aminorara el paso. Al ver que el otro continuaba, titubeó y corrió en pos de él, molesta por la indignidad de tener que perseguirlo-. He de llegar a Colorado por la noche, señor Alfonso -llamó, cada vez más frustrada.
Con las mejillas acaloradas por la humillación, echó un rápido vistazo hacia la oficina y el hangar para ver si alguien los miraba. Y al siguiente instante chocó con la espalda de Pedro. Éste había aminorado la marcha cuando ella no miraba. Jadeó y saltó atrás como si la hubieran quemado. Y así había sido. El calor de su cuerpo grande y de sus ropas calentadas por el sol la había abrasado; apenas pudo contenerse de evitar inspeccionarse en busca de algún daño. Pero él se había vuelto y la línea de su boca atractiva la advertía de que estaba irritado. Sabiendo que debía mostrarse cortés si quería tener alguna esperanza de convencerlo de que la llevara a Colorado, volvió a obligarse a exhibir una sonrisa tan nerviosa y antinatural como la anterior.
-Lo siento, señor Alfonso. No esperaba que frenara tan... Bruscamente -la disculpa daba a entender de forma automática que él era el culpable por detenerse, lo cual era cierto. Pero no aceptaba la culpa con facilidad. Paula lo notó por el endurecimiento de la mandíbula firme. Obligada a recuperarse del desliz, se vió forzada a añadir-: Durante un instante no miré por dónde iba - titubeó, dándose un instante para ocultar la aversión que experimentaba por disculparse dos veces-. Discúlpeme.
No se había percatado de lo alto que era Pedro Alfonso ni de los hombros anchos que tenía hasta que quedó a medio metro de distancia. La parte superior de su cabeza apenas le llegaba a los hombros. Los espejos de sus gafas estaban inclinados hacia ella, y ver los reflejos gemelos de sí misma hizo que se sintiera aún más pequeña. Y que se sintiera más frágil y femenina que nunca fue una pequeña sorpresa. Pero acababa de chocar contra su cuerpo duro, y la impresión de su sólida masculinidad aún vibraba en su interior. Él no habló, sólo la contempló desde su altura superior como si ninguna de sus disculpas hubiera bastado. Frustrada por su taciturnidad y sin saber cómo tratar de forma eficaz con él, aprovechó la atención individualizada que le prestaba.
-Tengo un motivo muy importante para llegar a Colorado, Aspen, esta noche, señor Alfonso -aguijoneada por la persistencia de su silencio, apretó los dientes y se obligó a continuar-: No es algo de vida o muerte, pero le anda cerca. Estoy dispuesta a pagar por su tiempo y las molestias que le pueda causar... Doblo la tarifa que pidió el otro piloto.
Al fin él reaccionó. Pero el gesto cínico de su atractiva boca fue de una superioridad insultante. Nadie miraba con desdén a Paula Chaves.
-No estoy en alquiler, señorita Chaves-dió media vuelta y se marchó.
La frustración de Paula se elevó tanto que se sintió mareada. Tenía que ir a Colorado. Y aunque podía conducir hasta San Antonio para intentar tomar un vuelo desde allí, nada garantizaba el éxito. Pedro Alfonso iba a Colorado en ese momento. Además, ya había comprometido demasiado su dignidad para aceptar una negativa. La resistencia que mostraba con ella, a pesar de que se esforzaba por mostrarse amable, resultaba ofensiva. Degradante. La imagen que brilló en su mente, la reacción de su madre cuando al fin posara los ojos en el patito feo que se había convertido en un cisne, avivó su determinación. Quizá Alejandra lamentara los años de indiferencia. Una parte secreta del corazón de Paula esperaba que su madre se arrepintiera de haberla abandonado, pero sin la ayuda de Pedro Alfonso quizá jamás sucediera. Si no llegaba a Colorado ese día o a la tarde del día siguiente, sólo Dios sabía cuándo su madre volvería a ponerse en contacto con ella, si es que lo hacía.
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