Frenó esos pensamientos, tomó su copa y empezó a hablar otra vez para conducir a su mente de nuevo a un terreno seguro.
–Me gustaría conocer tu opinión sobre mi proyecto de un complejo turístico ecológico en el Caribe. ¿Crees que atraería a alguien a quien le gusten los deportes?
Paula levantó la cabeza y parpadeó.
–¿Qué clase de deportes se podrán practicar? –le preguntó.
–Bueno, deportes acuáticos para empezar, por supuesto. Nada que implique vehículos a motor, claro, pero sí windsurf, vela… Y también buceo, buceo de superficie… De hecho, hay un arrecife espectacular, y voy a contratar a un biólogo marino para que me asesore sobre cuál sería la mejor manera de preservarlo. Ah, y quizá también se pueda practicar voley playa.
–Suena bien –dijo ella.
–¿Te gustaría venir conmigo a verlo antes de que lo inauguremos? Tendríamos todo el complejo para nosotros.
Paula se quedó mirándolo anonadada.
–¿Me estás proponiendo que me vaya contigo al Caribe? –dijo, como si le hubiera propuesto un viaje a Marte.
–¿Por qué no? Estás de vacaciones, ¿No?
Ella abrió la boca para objetar algo, pero al momento volvió a cerrarla y se limitó a sacudir ligeramente la cabeza, como si fuera una locura. Pedro no dijo nada más. Él ya había plantado la semilla; ahora solo le quedaba esperar a que germinase, se dijo, y se puso a contarle más acerca de sus planes para ese proyecto suyo. No iba a presionarla; estaba disfrutando de la cena, de poder pasar tiempo con ella, y estaba impaciente por lo que quería que pasase después de la cena. Cuando se montaron en el ascensor los dos solos para volver a la suite, de repente parecía demasiado pequeño. Y, cuando empezaron a subir, Paula sintió como si le diese un vuelco el estómago, pero no por efecto del movimiento del ascensor, sino por la proximidad de Pedro. Le sonrió cuando las puertas se abrieron, y dejó que ella saliera primero. La moqueta del pasillo, que estaba completamente desierto, amortiguaba sus pasos. Un cosquilleo eléctrico recorrió el cuerpo de Paula, igual que le había pasado durante la cena, cada vez que sus ojos se habían encontrado. Al entrar en la suite, él solo encendió un par de lámparas, cuya suave luz creaba una atmósfera muy íntima.
–¿Una copa? –le preguntó Pedro dirigiéndose al mueble bar.
Paula sabía que debería rehusar, que debería decirle algo como «No, gracias. Ha sido un día muy largo y me voy a dormir ya», pero en vez de eso se encontró asintiendo con la cabeza. Fue hacia el sofá con el corazón palpitándole con fuerza y sintiendo de nuevo ese cosquilleo eléctrico en las venas. Se quitó los zapatos, se sentó con las piernas dobladas bajo el cuerpo y apoyó el codo en el brazo del sofá. Pedro se acercó con una copa de coñac en la mano derecha y un vasito de licor en la izquierda que le tendió antes de sentarse en el otro extremo del sofá. Era un sofá grande, pero de pronto a ella le parecía como si hubiese encogido. Tomó un sorbito del licor. No quería beber mucho porque parecía fuerte, y ya había bebido vino en la cena. Estaba nerviosa, pero no sentía esa inseguridad que la había asaltado otras veces. La noche anterior Pedro le había dicho que era una «leona», y era así como se sentía en ese momento: tenía un cuerpo trabajado y torneado, sin un centímetro de grasa, pero curvilíneo y femenino. De pronto era extremadamente consciente de cómo marcaba su cadera el cojín del sofá y de cómo sus senos estiraban la fina tela de su vestido, que por alguna razón se notaba de repente… Como más pesados. El sorbo de licor hizo que una oleada de calor se extendiera por todo su cuerpo. Se sentía distinta… tan distinta… Se sentía libre… atrevida…
No hay comentarios:
Publicar un comentario