Ya en la suite llamó al servicio de habitaciones para pedir que les subieran un buen desayuno, y cuando Paula, que había entrado al baño, salió al salón se encontró con que ya estaba la comida en la mesa. Pedro la llamó para que fuera a sentarse con él y ella, después de ocupar su asiento, lo miró vacilante y comenzó a decirle:
–Pedro, sobre eso que has dicho antes de ir al Golfo…
–Ah, sí –la interrumpió él alegremente, mientras se untaba mantequilla en una tostada–, acabo de recibir por e-mail la confirmación de una reunión pasado mañana con el asesor empresarial del jeque. Sé que es algo precipitado, pero podemos tomar un vuelo mañana. ¿Qué te parece? –le preguntó con una sonrisa–. Acamparemos en el desierto, veremos las estrellas juntos por la noche, montaremos en camello… te encantará –se quedó callado al ver la expresión sombría de Paula–. ¿Qué pasa? –inquirió preocupado.
–Pedro, no…. No puedo.
Él frunció el ceño.
–Pero si aún falta bastante para el comienzo del curso –apuntó.
Paula sacudió la cabeza.
–No es eso.
–Entonces, ¿Qué problema hay? –quiso saber él, sin poder evitar un matiz de impaciencia en su voz.
No sabía muy bien por qué, pero le dolía que Paula estuviese negándose a acompañarlo. ¿Por qué no quería ir con él? No lo entendía, porque él desde luego quería que lo acompañase. No se sentía preparado para separarse de ella; aún no. Sin embargo, ella volvió a sacudir la cabeza. De repente había algo distinto en su mirada, algo que le recordó a esa Paula resentida y obstinada con que se había encontrado la primera vez que había visitado Haughton. Era como si hubiese vuelto a encerrarse en sí misma, a cerrarse al mundo, y estuviera dejándolo fuera a él también. Seguro que eran solo los efectos del jet lag, se dijo, intentando encontrar una explicación racional a su reacción. Pero en el fondo sabía que no se debía solo a la falta de sueño y el cansancio. Tomó su mano y se la apretó suavemente.
–Vamos, Paula, estamos tan bien juntos… ¿Por qué no aprovechar y seguir disfrutando juntos hasta que se acaben tus vacaciones? ¡Vente conmigo al Golfo! Quiero enseñarte tanto del mundo como pueda; quiero…
Pero ella tiró de su mano para que la soltara y dió un paso atrás con el rostro contraído. Un torbellino de emociones encontradas se revolvía en su interior. Aunque una parte de ella le decía «¡Ve con él, aprovecha estos últimos días con él!», sabía que no debería hacerlo. Era mejor poner ya el punto final. Porque cuanto más tiempo pasara con él, más duro sería para ella cuando aquello hubiese terminado, y más riesgo corría de acabar enamorándose de él. ¡No podía, no podía enamorarse de él! Intentó encontrar la manera de decírselo.
–Pedro, jamás podré agradecerte lo bastante lo que has hecho por mí, ¡Jamás! –le dijo con la voz entrecortada por la emoción contenida–. Me has hecho un regalo tan grande y… todos estos días contigo han sido como… como un sueño. Siempre te estaré agradecida y…
–¡Yo no quiero que me des las gracias! –la cortó él–. Lo que quiero es que te vengas conmigo, que aprovechemos estos días que podemos pasar juntos antes de que empiecen otra vez las clases y tengas que volver al trabajo. Vamos, no creo que sea mucho pedir, ¿No?
Su tono era persuasivo, pero también impaciente. ¿Es que Paula ya no quería estar con él? De nuevo volvió a sentir una punzada y lo invadió una honda frustración.
–Pedro, no es eso… –comenzó Paula de nuevo–. Es que…
Había levantado ambas manos, como pidiéndole que no se acercase, como si de verdad quisiera alejarlo de ella.
–Es que si acepto solo estaré posponiendo el momento en que tenga que volver a mi realidad. Creo que es mejor despedirnos ahora, en vez de esperar unos días más. Sería prolongar lo inevitable cuando al final tendré que afrontar la misma situación. Tengo que volver a Haughton, y no porque falte poco para volver a incorporarme al trabajo, sino porque es donde quiero estar mientras…
Se le quebró la voz y no pudo continuar. En su mente oía el eco desesperado de las palabras que no había podido pronunciar: «Mientras continúe siendo mi hogar». Era demasiado doloroso pensarlo siquiera, y habría sido aún más doloroso decírselo al hombre que pretendía arrebatarle su hogar, la única felicidad que le quedaba. ¿La única? ¿Y la felicidad que había sentido junto a Pedro?, se preguntó. Pero de inmediato su mente apartó ese pensamiento. Aunque hubiera sido feliz esos días con él, aquello no era más que algo pasajero, con fecha de caducidad. Para él solo era una… una novedad. Y fuera cual fuera el motivo por el que se sentía atraído por ella, tenía que ser realista y aceptar que para Pedro no era más que alguien con quien pasar un buen rato, en la cama y fuera de ella. Sacudió la cabeza y, mirándolo angustiada, le reiteró:
–Quiero irme a casa, Pedro. Eso es lo que quiero –dijo levantándose de su asiento.
Pedro no quería oír esas palabras, no quería que le dijera que no quería estar con él, que lo que quería era volver al lugar del que estaba intentando liberarla. Una tremenda frustración borboteaba dentro de él. Era más que frustración. Avanzó hacia ella y la agarró por los brazos.
–Paula, no te hagas esto. Tu obsesión con Haughton raya en lo enfermizo; está envenenando tu mente. Te mantiene encadenada a una vida que no deberías estar viviendo. Lo llamas «hogar», pero es una tumba… Tu tumba. ¿Es que no lo ves? Te has enterrado allí en vida, aferrándote a esa casa solo porque puedes usarla como un arma contra Graciela, que cometió el crimen de casarse con tu padre y le dio la oportunidad de volver a ser feliz…
Paula emitió un gemido ahogado de indignación, pero él no paró. No podía parar. Era demasiada la frustración que sentía. Tenía que hacerle ver que su rencor era lo que estaba destruyéndola.
–Paula, mírate: has dejado que la ira y el resentimiento te corroyeran por dentro durante años. Nunca les has dado una oportunidad a Graciela y a Jimena. Nunca quisiste que fueran parte de tu familia, reconócelo. Tenías una dependencia tremenda de tu padre, y es comprensible porque habías perdido a tu madre, pero has acabado obsesionada con castigar a tu madrastra y a tu hermanastra negándote a vender Haughton.
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