martes, 5 de octubre de 2021

Deja Que Te Ame: Capítulo 30

 -¿Que tal llevas lo de volar? –le preguntó Pedro a Paula mientras salían de la boutique, cargados de bolsas.


Ella se quedó mirándolo sin comprender.


–¿Volar?


–Hay una propiedad en los Chilterns que quiero ir a ver y tengo un helicóptero esperándome –le explicó él–. ¿Te gustaría venir?


–¿En serio? –balbució ella–. Nunca he montado en helicóptero.


Pedro sonrió.


–Estupendo; una nueva experiencia para tí. Te encantará –le aseguró mientras echaba a andar hacia donde los esperaba su coche.


No iba a darle la oportunidad de objetar nada, igual que no la había dejado huir de la boutique. Cada vez que había salido del probador para pedirle opinión sobre cada modelo que se había probado, le habían entrado ganas de lanzar un puño al aire y gritar «¡Sí!», porque todos le sentaban de maravilla. De hecho, estaba fabulosa con el que llevaba puesto en ese momento: Unos pantalones de color paja que parecían amoldarse a sus caderas y un jerseybeige de cachemira que resaltaba la silueta de sus voluptuosos senos. Una chaqueta larga y un bolso de cuero completaban el conjunto. Su chófer se encargó de meter las bolsas en el maletero y se subieron al coche. Paula se sentía como si estuviera en un sueño. Cuando en la caja la dependienta le había dicho el total del importe de su compra había contraído el rostro, espantada, pero luego había apretado los labios y le había tendido su tarjeta de crédito. Tendría que vender otro cuadro, pero, si Graciela y Jimena lo hacían, ¿Por qué no habría de hacerlo ella por una vez? Y era dinero bien gastado, se dijo. Al mirarse con cada modelo en el espejo del probador no había visto a Paueleganta, grande, torpe y mal vestida, sino a una Paula atractiva y a la moda que se sentía capaz de salir al mundo a pisar con garbo y paso firme. Era una sensación agradable, una sensación fantástica. Un cosquilleo la recorría, como si acabase de beberse una copa de champán. Iba a disfrutar al máximo de aquel momento, ¡a disfrutarlo todo!, incluida la novedad de montar en helicóptero. Presa de la emoción cuando el ruidoso aparato se elevó en el aire, miró hacia abajo con los ojos muy abiertos, viendo cómo Londres se iba haciendo cada vez más pequeño y se alejaban, dejándolo atrás para dirigirse a la campiña. Cuando volaron en círculos sobre la propiedad a la que Pedro quería echarle un vistazo, se quedó asombrada. Era una casa de campo enorme, de estilo victoriano, mucho más grande que Haughton. Ese pensamiento hizo que su rostro se ensombreciera, porque le recordó que corría el peligro de perder su hogar. ¿Por qué, si podía comprar una casa donde quisiera, estaba empeñado en arrebatarle el lugar que tanto amaba? Un mar de emociones encontradas se agitó dentro de ella. Pedro se había portado tan bien con ella que, aunque sabía por qué estaba haciéndolo, no podía dejar de sentirse agradecida por el inmenso regalo que le había hecho. «Siempre, siempre le estaré agradecida». Y así se lo hizo saber esa noche, mientras cenaban en el restaurante del hotel.


–Lo único que he hecho –le respondió él con una sonrisa–, es hacerte ver a la Paula que siempre había estado ahí, en tu interior, eso es todo. Siempre has sido así de hermosa, solo que no dejabas que los demás lo vieran, y ahora ya sí. Así de sencillo.


Sus ojos la recorrieron con deleite. Llevaba aquel vestido azul que había sabido nada más verlo en la tienda que le sentaría bien, el cabello recogido en un moño desenfadado y se había maquillado. Estaba preciosa.


–Bueno, y entonces… ¿Vas a comprar esa propiedad que hemos ido a ver esta tarde con el helicóptero? –le preguntó Paula.


–Puede. Tendré que ir a verla en persona, naturalmente, pero cumple varios de los requisitos que buscaba. El precio de venta es razonable, la casa es muy bonita, y está cerca de Londres.


–¡Mucho más cerca que Haughton! –se oyó exclamando ella al instante. 


Pedro entornó los ojos.


–Ese es un asunto muy distinto –dijo–. Tengo… Otros planes para Haughton.


–Si consigues hacerte con la propiedad –replicó ella, alzando desafiante la barbilla.


Y, sin embargo, nada más decir esas palabras deseó no haberlo hecho. No quería hablar de eso. Esa noche solo quería disfrutar el presente, de aquella velada con él.

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