martes, 26 de octubre de 2021

Indomable: Capítulo 4

El largo hasta el cuello, con la parte de atrás levemente más corta que los costados, era sencillo, elegante y fácil de mantener. Su piel era clara y la serie de productos que empleaba para su cuidado la mantenía impoluta. Sus rasgos delicados se habían suavizado, sus dientes eran de un blanco intenso y perfectamente rectos después de años de ortodoncia, y su esbelta figura exhibía unas curvas femeninas que mantenía con rigidez con una dieta. Sólo el azul profundo de sus ojos era el mismo. Cuando se sentó en el asiento trasero del Cadillac y el chofer cerró la centelleante puerta negra, el corazón le palpitaba de excitación y temor. En unos segundos avanzaron por las calles de Coulter City en dirección al pequeño aeropuerto situado más allá de la entrada de la ciudad.


-¿Qué quiere decir con que no me puede llevar a Aspen?


Aunque la educada voz femenina no sonó ni alta ni aguda, llegó desde el hangar junto a la pista hasta donde Pedro Alfonso había estacionado su Jeep. Al instante reconoció el tono frío y desdeñoso y sintió que se le agriaba el buen humor. Era evidente que Paula Chaves , la reina de Coulter City, intentaba comprender el significado de la palabra no. Una sonrisa sombría levantó sus labios mientras sacaba su equipo del Jeep y cerraba la puerta. Hermosa, elegante y asquerosamente rica, la señorita Chaves debería ser una de las herederas más perseguidas de Texas. Pero, a cambio, los hombres evitaban su lengua afilada con tanta diligencia como esquivarían un hormiguero gigante. Cualquier hombre con sentido común descubría en el acto que ninguna cantidad de dinero resultaba compensación adecuada para el infierno que tendría que soportar si se enredaba con ella. Uno o dos cazafortunas habían sido lo bastante valientes como para probarlo, pero ella poseía la capacidad de hacer que cualquier hombre lo bastante tonto como para acercársele huyera despavorido. Apenas debía tener veintitrés años, pero observaba el mundo con el cinismo y la arrogancia de una mujer amargada del doble de su edad. Su abuela, Sara Schulz, había sido igual, aunque la edad y la mezquindad la habían vuelto mucho peor. Paula no siempre había sido así. Pedro había trabajado en el rancho que su abuela tuvo durante muchos años. Recordaba a Paula como a una adolescente torpe y flaca con el pelo revuelto y la boca llena de alambres. Entonces había sido una joven dulce, tímida, de voz suave y cortés con todo el mundo.  Pero esa joven dulce y tímida había crecido hasta convertirse en una belleza consentida e indulgente consigo misma, tan cambiada que ya no quedaba rastro de la niña que había sido. Al dejar atrás la esquina del hangar para dirigirse al sitio donde tenía su pequeño avión, al fin pudo ver a Paula con el piloto, Luis Grant.


-Usted aceptó llevarme a Colorado, señor Grant -continuó con esa voz imperiosa que era como papel de lija sobre los nervios de él.


-Es un largo vuelo, señorita Chaves, y...


-Quiere más dinero -no era una pregunta. La voz suave había descendido, haciendo recordar el gruñido de advertencia de un gato.


-No, señorita -dijo Luis, sacudiendo la cabeza como si estuviera ansioso por corregir la impresión de ella-. Pero mi esposa ha decidido que me había visto poco estos días y no tolerará que me ausente casi todo el fin de semana después de la cancelación de mis otros pasajeros. Dijo que me quería en casa.


-Qué dulce -el comentario de Paula fue venenoso, y Luis se movió nervioso de un pie a otro.


Pedro pudo imaginar la mirada que le lanzaba al pobre, aunque sólo veía su perfil al pasar a unos metros de donde se hallaban. En ese momento Luis lo avistó y agitó el brazo para captar su atención.


-Ahí tiene a Pedro Alfonso, señorita Chaves. Tengo entendido que va a volar a Aspen... ¡Eh, Pedro!


Paula se volvió para mirar en la dirección que indicaba Luis Grant. El piloto emprendió el trote para interceptar a Pedro Alfonso. Mientras miraba, Luis la señaló con un dedo pulgar, dijo algo demasiado bajo para que pudiera oír y luego dio la vuelta para regresar a toda prisa hacia la oficina de pista. Irritada porque el piloto la hubiera distraído para escapar de ella, se puso rígida cuando sintió la mirada de Pedro. Llevaba unas gafas de sol de espejo. La sombra del sombrero Stetson negro habría hecho imposible leer la expresión en sus ojos a esa distancia, pero las gafas proyectaban un retraimiento que lo hacía parecer inabordable. Vió que tensaba la boca antes de apartar la vista y continuar su camino. Reacia a dejar que se le escapara esa oportunidad, fue tras él. Aunque sentía aversión por los hombres como Pedro Alfonso, directos, poco educados y con imagen de machos, toleraría unas horas de su presencia si podía llevarla a Aspen. El instinto más que la experiencia pasada le indicó que era uno de los pocos hombres de esa parte de Texas al que nada impresionaban su nombre o su fortuna. 

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