jueves, 7 de octubre de 2021

Deja Que Te Ame: Capítulo 33

Pedro estaba mirándola de un modo turbador, y una sonrisa sensual curvaba sus labios. Ella ya no era la persona que había sido hasta entonces; ahora era distinta, una mujer nueva. ¿Una mujer a la que un hombre como Pedro podría desear?, se preguntó. Acudió a su mente un recuerdo de sus años de universidad, cuando todos sus compañeros andaban ligando, pasándolo bien… Ella se había pasado todos esos años yendo con la cabeza gacha y nunca se había atrevido a nada. Pero eso se había acabado. Se recostó en el asiento y se concentró en esa corriente eléctrica que parecía zumbar dentro de ella, in crescendo, apoderándose de todo su ser. El deseo se disparó por sus venas. Le pesaban los párpados, su aliento se había tornado entrecortado… Fue Pedro quien dió el primer paso. Sin decir nada, dejó su copa en la mesa y le quitó de la mano el vaso de licor para hacer otro tanto. Le pasó la mano por la nuca para atraerla hacia sí, y cuando sus cálidos labios se cerraron sobre los de ella todo pensamiento racional se desvaneció. Se había abandonado a las sensaciones que se estaban despertando en ella, unas sensaciones tan intensas, tan arrebatadoras, tan excitantes, tan maravillosas, tan placenteras, que no dejaban espacio para nada más. Él besaba con maestría, sin prisas, avivando el fuego en su interior, mientras con los dedos dibujaba arabescos en su nuca. Separó sus labios de los de ella y le mordisqueó el lóbulo de la oreja suavemente, con dulzura. Paula se notaba los pechos tirantes, pesados, y al cerrarse la mano de Pedro sobre uno de ellos se produjo dentro de ella un estallido de placer. Un gemido ahogado escapó de su garganta cuando le frotó el pezón con el pulgar a través del vestido, haciendo que se endureciera.


Paula le plantó ambas manos en el pecho y, como por instinto, sus dedos encontraron y fueron desabrochando uno por uno los botones. Cuando deslizó las palmas por su torso desnudo y dejó que descendieran hasta la cinturilla del pantalón, Pedro gimió y cerró la mano sobre su seno al tiempo que devoraba sus labios de nuevo. Ella despegó su boca de la de él, y enredó los dedos en los mechones de su nuca, peinándolos distraídamente mientras lo miraba con los ojos encendidos de deseo y los labios entreabiertos. Un sentimiento de impaciencia la consumía; era como si la adrenalina se hubiese disparado por sus venas. Sabía lo que quería, lo que necesitaba, igual que una leona en celo… Los labios de Max se curvaron en una sonrisa. Era una sonrisa de triunfo, y ella lo sabía, pero eso no hizo sino excitarla aún más. De pronto el sofá en el que estaban tumbados parecía demasiado pequeño y él, que parecía estar pensando lo mismo, se levantó y la alzó en volandas como si fuera una pluma. Pedro la llevó a su dormitorio y la depositó en la cama, pero no se tumbó a su lado, sino que permaneció allí de pie. Se desprendió de la camisa, que arrojó a un lado, y una prenda tras otra se quitó toda la ropa. Paula, que se había quedado mirándolo embelesada, iba a despojarse de su vestido cuando él la detuvo.


–Ah, no –protestó Pedro–. De eso me ocupo yo.


La levantó, sin el menor pudor por su desnudez ni por su incipiente erección. Y tal vez por eso ella perdió la vergüenza también y se quitó el pasador que le sujetaba el cabello y sacudió la cabeza para liberar su rizada melena. Como no habían encendido la luz la habitación estaba en penumbra, pero tampoco necesitaban más luz que la de la lámpara del salón de la suite, que no se habían molestado en apagar. Pedro asió con ambas manos el dobladillo del vestido de Paula y se lo fue levantando poco a poco para finalmente sacárselo por la cabeza y arrojarlo a un lado.

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