Pedro sonrió con cautela.
–Eso es cierto –se limitó a murmurar–. ¿Te ha gustado tu primer paseo en helicóptero? –le preguntó cambiando de tema.
–¡Ha sido increíble! –exclamó ella–, una experiencia completamente nueva para mí.
Pedro se llevó su copa a los labios.
–Eso es precisamente lo que tienes que hacer: experimentar cosas nuevas, disfrutar de la vida… –respondió–. Dime, ¿Cuándo fue la última vez que viajaste al extranjero?
Ella se quedó pensativa.
–Pues… El curso pasado, en otoño, acompañé al equipo de lacrosse del colegio a un partido en Holanda –recordó en voz alta–. Y el año anterior hice un viaje a Islandia con un grupo de sexto curso. Fue genial. Los paisajes son espectaculares.
A Pedro se le estaba ocurriendo una idea, y aunque quizá fuera demasiado pronto para expresarla, pensó que no perdía nada tanteando a Paula.
–¿Y qué me dices del sol, la arena y el mar; las playas tropicales y todo eso? –le preguntó–. ¿O ibas a la costa de vacaciones con tus padres?
Paula sacudió la cabeza.
–No, mi madre prefería destinos turísticos culturales. Con ellos fui a sitios como París, Florencia… –su rostro se ensombreció–. Y la verdad es que no sé si me gustaría volver a esos lugares, porque probablemente visitarlos de nuevo me haría ponerme triste ahora que mis padres ya no están.
Él asintió. Sabía muy bien a qué se refería.
–Yo tampoco he vuelto a pisar el lugar donde me crie, salvo una vez –le dijo–. Y fue para comprar la taberna en la que mi madre trabajó como una esclava durante años. Ahora utilizo el local como un centro para preparar a jóvenes desempleados, de los cuales por desgracia hay demasiados en Grecia.
–¿Y no te gustaría volver a vivir en Grecia, establecerte allí? –le preguntó Paula.
Él sacudió la cabeza.
–He pasado página. Corté los lazos con ese doloroso pasado y rehice mi vida –la miró a los ojos, y le dijo–: Tal vez haya llegado el momento de que tú hagas lo mismo: empieza una nueva vida; piensa en el futuro en vez de aferrarte al pasado.
Las facciones de Paula se endurecieron. Bajó la vista y dijo con aspereza:
–No quiero hablar de eso. Y sigo sin querer vender mi parte de Haughton, así que no insistas más.
Aunque disfrutase de su compañía, no iba a olvidar ni por un segundo por qué Pedro estaba teniendo tantas atenciones con ella.
En ese momento llegó el camarero con el postre, y no pudo agradecer más esa interrupción. Cuando el hombre se hubo retirado, Pedro se quedó mirando a Paula un momento, lleno de frustración, pero luego inspiró y optó por dejarlo correr. Le había dicho lo que quería decirle; lo mejor sería no decir más y dejar reposar el consejo que le había dado, dejar que lo meditase. Además, pensó mientras la observaba, que tenía la cabeza gacha, con la vista fija en el postre que se estaba tomando, la verdad era que él tampoco quería hablar del tema. Ni tampoco quería pensar en las obtusas razones por las que no quería venderle su parte de Haughton. Porque en lo único en lo que podía pensar en ese momento era en el efecto que ella estaba ejerciendo sobre su libido. Sus ojos descendieron hasta sus tentadores labios, cuyo dulce sabor había probado la noche anterior antes de darle las buenas noches. Bajó la vista para no seguir atormentándose, pero entonces sus ojos se encontraron con los senos de Paula, cuyas generosas curvas se marcaban bajo la fina tela del vestido. Y entonces recordó el momento en que, mientras la besaba, los había sentido apretados contra su pecho. Quería volver a tenerla entre sus brazos, quería…
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