martes, 12 de octubre de 2021

Deja Que Te Ame: Capítulo 40

Pedro, que se había acabado su sándwich, sacó su móvil.


–Hagámonos un selfie –le propuso rodeándola con el brazo mientras sujetaba el teléfono frente a ellos–. ¡A ver esa sonrisa! –le dijo, y sacó una foto que le mostró a continuación–. ¡Mira qué bien hemos salido!


Paula sonrió, pero el dolor que sentía ante la inminente separación no se disipó. Eso era lo único que le quedaría de su tiempo juntos, fotos y recuerdos. Pero el momento de la separación aún no había llegado, se recordó mientras Pedro volvía a guardarse el teléfono, se levantaba y se colgaba la mochila. Disfrutaría al máximo de esos momentos juntos, se propuso de nuevo, firmemente, y se levantó ella también.


En los días que siguieron hicieron más senderismo, hicieron recorridos en bicicleta y hasta montaron a caballo. Por la noche cenaban en la cabaña y pasaban la velada charlando frente a la chimenea, sin televisión ni ninguna otra distracción electrónica que estropeara el cálido y tranquilo ambiente rústico que se respiraba. Pero los días iban pasando, inexorables, uno tras otro, y cada día estaba más próximo su regreso al Reino Unido. Y el ánimo de Paula, cuando llegó el último día y se subieron al todoterreno para ir a Salt Lake City, donde tomarían el vuelo de vuelta, se fue tornando más sombrío a cada kilómetro que avanzaban. No podía soportar la idea de separarse del hombre que la había transformado por completo. Pero era inevitable; pronto se separarían. Su alma gritaba de impotencia en silencio, pero su vocecita interior le recordó cruel que había estado advertida desde el principio de que aquello pasaría. «Sabías perfectamente dónde te metías. Sabías por qué Pedro estaba haciendo todo esto; conocías sus razones… No te lamentes ahora». Giró la cabeza hacia la ventanilla y cerró los ojos con fuerza. Habría más hombres en su vida, se dijo, pero su corazón se negaba a atender a razones, y su alma clamaba angustiada. ¿Cómo podría desear a ningún otro hombre después de Pedro? ¿Qué otro hombre podría comparársele? Era imposible. La recorrió un escalofrío, como si hubiese invocado a los fantasmas de un futuro que aún no se había producido pero que iba camino de convertirse en realidad: Un futuro sin Pedro, un futuro completamente vacío. No, no debía pensar así, se increpó abriendo los ojos. Un futuro sin Pedro no tenía por qué ser un futuro vacío. Tenía su trabajo, que le encantaba, y tenía un hogar por el que luchar, un hogar que mantener a salvo de quienes querían arrebatárselo, incluido él.


Su rostro se ensombreció. Allí, a miles de kilómetros, al otro lado del Atlántico, casi había olvidado que era él quien quería echarla de su casa, y hasta creía que lo hacía por su propio bien, pero esa amarga realidad era algo que no debía olvidar. Una verdad que se cernía sobre ella con rápidas alas, y que a cada hora que pasaba estaba más próxima.


El ánimo de Paula continuó decayendo durante el vuelo de regreso al Reino Unido, y solo había conseguido dormirse a ratos. Cuando llegaron al aeropuerto de Heathrow, en Londres, a primeras horas de la mañana, no podía estar más alicaída. Era el fin de esos días felices con Pedro, y ahoratendría que retomar la batalla por su hogar. Tras el calor tropical del Caribe y el aire limpio y fresco del Oeste Americano, el clima lluvioso de la primavera en el Reino Unido no resultaba muy acogedor. Con el chófer de Pedro al volante, atravesaban las calles de Londres a la hora punta, y ella iba mirando por la ventanilla, taciturna y grogui por el largo vuelo. Pedro había notado lo apagada que estaba, pero pensó que era mejor darle unpoco de espacio y, aunque los pensamientos bullían en su mente, se ocupó en ponerse al día con los e-mails en su BlackBerry. Cuando llegaron a su hotel y se bajaron del coche, se estremeció.


–¡Menudo frío! –exclamó, y al entrar en el vestíbulo del hotel, añadió–: ¡Menos mal que nuestro próximo destino es el Golfo Pérsico!


Como iba mirando hacia el frente mientras se dirigían al ascensor, no vió el respingo que dió Paula al oír sus palabras, y ella, aturdida, tampoco dijo nada.


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