jueves, 26 de noviembre de 2020

Rivales: Capítulo 4

Por la fuerza de la costumbre, Paula se dirigió a los establos, como solía hacer cuando asistía oficialmente a aquel tipo de espectáculo, pero se dió cuenta de su error cuando se encontró con un jinete borracho en uno de los estrechos pasillos.


-No se puede pasar.


-Perdón -murmuró ella, dándose la vuelta.


-Pero puedo enseñarle los establos si quiere -dijo el borracho, tomándola del brazo.


-No, gracias.


-No hay prisa, guapa. Seguro que te gustan los jinetes -rió el hombre.


El olor a alcohol que despedía era tan fuerte que la mareaba.


-Por favor, suélteme -dijo Paula intentando aparentar tranquilidad, aunque su corazón latía acelerado.


-Me llamo Kevin. ¿Tú cómo te llamas?


-Daiana -contestó ella. Lo último que deseaba era provocar una escena y que todo el mundo descubriera quién era en realidad.


-Ven, voy a enseñarte mi caballo.


El hombre empezó a tirar de ella hacia los establos y, cuando el globo que llevaba atado a la muñeca se soltó, Paula intentó no asustarse.


-No puedo. Estoy con una persona.


El hombre miró hacia atrás.


-Pues yo no veo a nadie.


-Estoy aquí -gritó ella, como si se dirigiera a alguien.


-No hagas tonterías.


El hombre le puso una mano sobre la boca para ahogar sus gritos y Paula tuvo que reunir todo su valor para no desmayarse. Casi se le doblaron las piernas de alivio cuando vió aparecer a un hombre a la entrada del pasillo. Era el hombre con el que había hablado antes del espectáculo. Desesperada, mordió la mano del borracho y este se apartó con un gesto de dolor. 


-¡Auxilio! -gritó Paula antes de que volviera a taparle la boca.


El hombre se acercó a ellos.


-¿Qué pasa aquí?


-Parece que esta chica y yo no nos ponemos de acuerdo. No es asunto suyo.


-¿Por qué no suelta a la señorita para que pueda hablar ella misma? - dijo el estadounidense con aparente tranquilidad. 


Pero algo en él había cambiado; su lenguaje corporal decía que estaba dispuesto a obligarlo si era necesario. El borracho se dió cuenta también, pero se ir guió de forma beligerante sin soltar su presa.


-Ella está conmigo.


Pedro la miró. Aquel borracho no podía ser la persona a la que ella esperaba.


-¿Está con él?


-No lo había visto en mi vida. Solo quiero que me suelte.


De nuevo, Pedro se sintió turbado por su cara de muñeca. Tenía la piel de color melocotón y bajo el sombrero podía ver un cabello negro como la noche. No podía ver los ojos tras las gafas de sol, pero imaginaba que serían tan hermosos como el resto de su cara. ¿Qué hacía una mujer como ella en los establos de una feria? ¿No sabía que los jinetes, hombres acostumbrados a vivir la vida, se creían donjuanes en cuanto tomaban dos copas?


-Suéltela.


Era una orden y el borracho se dió cuenta. Pedro era tan alto como él y mucho más fuerte, pero aquella chica era muy guapa y el jinete parecía debatirse entre pelear por ella o dejarla ir.


No hay comentarios:

Publicar un comentario