martes, 24 de noviembre de 2020

Promesa: Capítulo 43

Paula miró a Pedro y él murmuró algo. ¿«Sé fuerte» o «Te quiero»? Fuera lo que fuera, estiró los hombros y levantó la barbilla. Pero cuando Valentina entró con Fernanda y Sofía, se dió cuenta de que había hecho bien cambiándose de ropa. Fernanda era una niña… o prácticamente una niña. Era rubia como Laura, la mujer que había sido amante de su marido, pero no tenía esa expresión resabida y un poco cínica que había visto en la fotografía del periódico. Todo lo contrario, era una chica rubia de expresión dulce. Una cría… que llevaba de la mano a una niña muy pequeña. Una niña rubia y regordeta con el pelo rizado. La pobre Fernanda tenía cara de susto y no parecía saber qué decir.


–¡Cuánto me alegro de conocerte! –exclamó Valentina, su hija, tan generosa.  Y luego se puso de rodillas para mirar a Sofía–. Hola, hermanita.


Quizá porque la niña reconoció unos ojos tan azules como los suyos o quizá porque los corazones sabían esas cosas, se echó en los brazos de Valentina como si la hubiera esperado durante toda su corta vida.


–Pero bueno… –empezó a decir Marcos–. ¿Qué es esto?


Estaba mirando a Fernanda con una expresión… la miraba como si jamás hubiera esperado ver algo así, como si no esperase que aquello fuera real. Era como si hubiese visto a Santa Claus. Pedro miraba de uno a otro, atónito.


–Yo soy Marcos –dijo, tomando su mano. 


Y Fernanda lo miraba como si no quisiera soltarlo nunca.


–Yo me llamo Fernanda Addison.


–Vaya, vaya, vaya –sonrió Pedro–. Esto sí que no me lo esperaba.


Diana anunció entonces que la cena estaba lista y, una vez sentados en sus respectivos sitios en el comedor, sitios que designó la anciana, naturalmente, la conversación resultó amena y divertida. Sofía olvidó su timidez infantil en diez minutos y se partía de risa mientras Valentina la ayudaba a comer su pavo. El perro observaba la escena tumbado en el suelo y Diana hablaba del pasado con añoranza. La pobre Fernanda, sentada al lado de Marcos, era tan tímida que estuvo a punto de atragantarse varias veces. Después de comer tanto que decidieron dejar el postre para más tarde, Marcos anunció que tenía una pelota de fútbol en la camioneta y que todos deberían jugar un partido en el jardín para hacer la digestión.


–Y ese pobre perro podría jugar con nosotros. Está aburridísimo.


–Yo voy a limpiar la cocina –dijo Paula.


–No, de eso nada. Te necesitamos en el equipo.


Una vez en el porche, Paula se percató de que Fernanda estaba a su lado. No era una casualidad, lo había hecho a propósito.


–Sólo quería decirle cuánto lo siento… lo de mi hermana y su marido.


La pobre debía de tener la edad de Valentina y estaba cuidando de una niña de dos años. Paula sintió compasión por ella. 


–Gracias. Son cosas que pasan, Fernanda… tú no tienes ninguna culpa. Y Sofía tampoco.


Media hora después, cansada de jugar, Paula se dejó caer sobre el balancín del porche. Y, unos segundos más tarde, Pedro se acercó. Pero en lugar de sentarse en el balancín, lo hizo en una silla, a su lado.


–¿Quieres que limpiemos la cocina?


–No, vamos a esperar un rato.


–Como tú quieras.


Paula señaló el balancín.


–¿Fue idea tuya?


–No, de Diana.


–Ah, debería haberlo imaginado.


–Para cualquier cosa, habla con Diana; ella es la que da las órdenes en esta casa. 

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