En la puerta de su casa, Pedro observaba a Paula, que se despedía de él sacando la mano por la ventanilla de su diminuto coche. «Esto no ha salido como yo quería», pensó. Su objetivo aquel día había sido educarla, ayudarla a entrar en el mundo de los solteros… un mundo lleno de hombres lujuriosos que le mentirían para aprovecharse de ella. Al fin y al cabo, Paula era una mujer muy guapa y con dinero. Eso podría convertirla en el objetivo de muchos sinvergüenzas. Pero el objetivo se le había olvidado por completo, perdido en su risa, en la sensación que provocaba tener sus brazos alrededor mientras iban en la moto, sus piernas rozando las suyas. ¿Cómo iba a recordar un hombre lo que debía hacer en esas circunstancias? Seguramente habría hecho el ridículo, pero al menos había descubierto que Paula no era tan ingenua como pensaba.
–O sea, que ahora hay mujeres mayores que buscan chicos jóvenes para salir –le había dicho, irónica–. Pero eso ha ocurrido siempre, hombre.
–Sí, bueno, es posible. Pero ahora ocurre más a menudo.
–¿Y tú crees que yo podría ser una de esas mujeres?
–¡No, por favor! Pero un chico joven, Marcos, por ejemplo, podría pensar que es así.
En fin, si Marcos la llamaba «mamá» eso sería un poco difícil.
–¿Y dónde has aprendido tú esas cosas? –sonrió Paula.
–En la televisión. ¿Es que tú no ves la televisión?
–No, cuando tengo tiempo libre prefiero leer.
Pedro asintió con la cabeza. Allí, en el restaurante, tomando un café, se daba cuenta de lo a gusto que estaba con ella. Una mujer de su generación, que entendía la vida como él, con tantas cosas en común. Hablaron sobre Valentina, sobre casas viejas y nuevas… La conversación fluía con facilidad y se reían de todo. No sabía que su vida se había vuelto tan seria hasta que Paula le devolvió la risa. Después del café, dieron una vuelta por las tiendas de antigüedades de la zona: Longview, Black Diamond, Turner Valley, Bragg Creek. No había esperado que se les hiciera de noche, pero así fue. Y, sin embargo, no le apetecía nada que terminase el día. Pero había sido ella quien insistió en volver a casa.
–¡Tengo que sacar las cosas de las cajas! Aún no he podido abrirlas todas.
Ahora, viéndola alejarse en su diminuto coche, recordó que había prometido ayudarla. ¿Debería ir a su casa? No. Ése no era el plan. Desde el primer momento, Pedro había sabido que necesitaría un plan para tratar con Paula Chaves. Y aquel día no había puesto el plan en acción. Todo lo contrario. Disciplinado, entró en su casa y encendió el ordenador para hacer una lista de todo lo que ella debía controlar cuando tratase con un hombre: saber si tenía trabajo y durante cuánto tiempo había trabajado en la misma empresa. Averiguar cuánto dinero ganaba, preguntarle por sus relaciones pasadas y cómo se llevaba con su familia. Debía descubrir si era una persona de confianza, si tenía amigos, si tomaba drogas, si hacía algo por la comunidad… No podía dejar que volviera a salir con hombres sin darle toda esa información. Le gustaba leer, de modo que buscó libros para ella en Internet. Había una gran selección de libros de autoayuda: Cómo encontrar al compañero perfecto, Cómo descifrar el lenguaje de los hombres… Pedro estaba agotado cuando terminó. Pero había pedido media docena de libros, los que le parecían más prometedores.
Me encantan los celos de Pedro!! 😂😂
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