Pedro carraspeó. Ah, ésa era la razón para su visita.
–No lo adoptaste para tí, ¿Verdad, Pedro?
–¿Por qué dices eso?
–Porque eso es lo que he soñado. Que tú me regalabas este perro.
–Muy bien. Eso sí que es raro.
–¿Pero cierto?
–Desgraciadamente, sí. Pero me estás asustando. ¿Qué más cosas has soñado? A lo mejor eres capaz de predecir el futuro.
–¿Por qué me compraste un perro, Pedro?
–¿No lo viste en el sueño?
–No.
–Bueno, quizá si vuelves a la cama…
Ella negó con la cabeza.
–Muy bien. Te compré un perro para que tuvieras un amigo fiel y leal. Así no tendría que buscarte un hombre honesto, decente y sincero.
Paula no pareció muy contenta al oír eso. No había sido buena idea contarle la verdad, pero ningún hombre estaba en su mejor momento a las cuatro de la mañana.
–¿Ya estás contenta? ¿Eso era lo que querías saber?
–No exactamente –suspiró ella–. Al principio pensé que era por el perro, pero mientras venía hacia aquí me dí cuenta de que no era sólo eso.
–¿Entonces?
–Quería saber si eres lo que dices ser.
–¿Cómo?
–Quería saber si estabas… disponible.
Pedro se quedó paralizado. De pánico. Él no estaba disponible… querría estarlo, pero no lo estaba. Sobre todo para ella. Antonio lo había convertido en el guardián de su secreto y eso hacía imposible una relación entre los dos. Prácticamente había memorizado su carta: "No conozco a ningún hombre más íntegro que tú, Pedro. A veces eso me pone furioso porque me hace sentir inferior. Pero ahora estoy agradecido de que haya una persona en la faz de la tierra en la que puedo confiar por completo". Esa persona debería haber sido la mujer de Antonio pero, por supuesto, el secreto que revelaba la carta dejaba claro que no era así. Y a pesar de lo poco honorable que era ese secreto, la confianza de un hombre era algo sagrado. La confianza de un hombre muerto era una gran responsabilidad, tan indestructible como el acero. Antonio le había dado esa carta una semana antes de morir. Su amigo no era un hombre dado a premoniciones, pero había muerto y Pedro se quedó con un sobre que decía: "Abrir sólo en caso de defunción". Al final, Antonio había hecho una cosa bien en su vida: aceptar la total responsabilidad por el bienestar de su segunda hija. Pero Pedro sabía cosas que podrían volver a romper el corazón de Paula y, sencillamente, no quería ser él quien lo hiciera. ¿No la había visto más feliz que nunca esos últimos días? ¿No había visto que empezaba a confiar en sí misma y en la vida de nuevo? El deseo de callar para que no sufriera, aunque le costase su relación con ella, era una forma de amor. Más noble que ninguna otra. Amor. No había dejado que esa palabra entrase en su relación con Paula. Ahora que lo había hecho, ¿Podría volver a mirarla sin pensar en ella, sin oír esa palabra como un susurro?
–Brutus –dijo de repente.
–¿Qué?
–Para el perro. Brutus es un nombre muy bonito.
–¡Pero no estábamos hablando del nombre del perro!
No, era verdad. Estaban hablando del alma de un hombre.
–Estábamos hablando de tí y de mí –insistió Linda, dando una patada en el suelo–. ¿Me compraste un perro para no tener que buscarme novio?
–Paula…
–¿No crees que sería capaz de encontrar un hombre si quisiera hacerlo?
–Ah…
–¡Por favor! Y yo he sido tan tonta como para pensar en ti día y noche cuando no sabes ni contestar a una simple pregunta. ¿Estás disponible o no?
–Paula, quizá deberíamos hablar de esto en otro momento.
No ahora, cuando acababa de descubrir que estaba enamorándose de ella. Y encima Paula le decía que sentía lo mismo… Al menos, eso era lo que le había parecido oír.
Debería contarle todo de una vez.. cuanto más tiempo lo esconda es peor...
ResponderEliminar