El sonido del teléfono era incesante y agudo. Pedro Alfonso se incorporó, sobresaltado, y miró el despertador. Los números rojos marcaban las cuatro de la mañana. Una llamada a las cuatro de la mañana no podía anunciar nada bueno. Levantó el auricular, preparado para lo peor, pero esperando que fuese un borracho que había marcado mal el número.
–¿Dígame?
–¿Tío Pedro?
Los últimos vestigios de sueño desaparecieron. Pedro se sentó en la cama y apartó las sábanas de un tirón antes de buscar el interruptor de la lámpara, como si la luz pudiera ayudarlo.
–¿Valu?
–Perdona que te haya despertado. Quería hablar contigo antes de irme a clase.
–Perdona un momento… ¿No hemos hecho esto antes? –preguntó Pedro, mirando alrededor, desorientado.
Había elegido no dormir en el dormitorio principal de la casa O’Brian. Estaba reservándolo para una noche especial con la mujer que, esperaba, algún día sería su esposa. Algún día. Cuando estuviese preparada.
–Mi madre me contó hace unos días lo de esa niña, Sofía, y no he podido dormir desde entonces.
–Lo siento mucho.
–Tío Pedro, lo he pensado bien y quiero conocerla. Al fin y al cabo, es mi hermana.
Sólo alguien de menos de veinte años consideraría que pensar algo durante un par de días era pensarlo mucho.
–¿Has hablado de ello con tu madre?
–Sí. Y me ha dicho que tú sabrías aconsejarme.
Pedro lo pensó un momento. Paula dejaba de su mano algo tan importante, tan frágil.
–Muy bien. Vas a volver a casa para Acción de Gracias, ¿No?
–Sí, claro. ¡El fin de semana que viene!
–Entonces veremos qué se puede hacer.
–¿Tío Pedro?
–¿Sí?
–¿Le pasa algo a mi madre?
–¿Por qué lo preguntas?
–No, es que antes cuando hablaba con ella la notaba tan feliz. Cuando estaba reformando esa casa… o cuando fue contigo de excursión en moto. Deberías haberla oído hablar ese día. De verdad, parecía una chica de quince años enamorada.
Pedro sonrió, recordando ese día. Se alegraba tanto de haber hecho esa excursión… y tenía tantas esperanzas de que hubiera más días como aquél. Pero también él había notado el cambio en Paula. Estaba seria, rara. Podía estar con él, pero parecía ausente, como perdida en sus pensamientos. Él sabía que contándole la verdad sobre Sofía se había arriesgado a perderla para siempre. La gente solía pensar que la sinceridad era lo mejor, pero él no estaba tan seguro. ¿Podrían algunas heridas ser demasiado profundas como para curar? Esperaba que no.
No hay comentarios:
Publicar un comentario