-Te quejas de que yo me gasto dinero, pero tú vas a gastarte una fortuna en ese caballo tuyo... Caravan o como se llame.
-Carazzan -había corregido él, sabiendo que era imposible intentar explicarle a Jimena la importancia de ese caballo para su futuro.
Desde que Daniel Jordan, el hombre que lo había tratado como a un hijo, lo había retado a una pelea para demostrarle que no era tan duro como parecía, Pedro había descubierto lo que era en realidad, un hombre al que le gustaba la tierra y la vida al aire libre más que nada en el mundo. Y siempre le agradecería que hubiera descubierto aquel potencial en él. Hasta entonces, había vivido en casas de acogida de las que lo echaban siempre por ser un niño intratable. Había sentido amargamente la muerte de Daniel y decidió entonces devolverle el amor que le había dado cuidando las tierras que este le dejó en herencia. Él le había contagiado el sueño de criar los mejores caballos del mundo y Pedro había descubierto el potencial de Carazzan en una noticia del periódico. Carazzan era un hermoso semental al que un viejo mozo de cuadra encontró conduciendo una manada por las colinas de Nuee. Y había decidido comprar aquel caballo desde que leyó la noticia. Cuando se enteró de que estaba en venta, decidió adquirirlo, pero Jimena se había llevado a París el dinero que Pedro había guardado en una cuenta especial. Como resultado, el caballo había sido comprado por un miembro de la familia real de Carramer. Quizá era una estupidez, pero él no descansaría hasta que aquel magnífico ejemplar estuviera en su rancho. Podría haber perdonado a Jimena por llevarse el dinero, pero lo que no podía perdonarle era que se hubiera ido con otro hombre y después se portara como si fuera algo normal.
-Era un antiguo novio. No tiene ninguna importancia -se había excusado ella.
Después de perder a la única persona en el mundo que se había ocupado de él, Pedro no podía soportar que su propia esposa lo traicionara y había pedido el divorcio, dejándole a Jimena una buena cuenta en el banco. Pero ella, furiosa, se dedicó a extender rumores sobre su situación financiera. Dieciocho meses después, Pedro podía reírse del asunto, pero en el momento le había hecho mucho daño. Cuando los rumores se extendieron, los bancos se negaron a darle créditos y las tierras que quería comprar para ampliar el rancho ya habían sido compradas por otros. Había necesitado de todo su carácter para salir de aquella situación y mostrar al mundo que no solo no tenía problemas económicos, sino que estaba prosperando. Poco a poco, los bancos recuperaron la confianza en él y las cosas volvieron a la normalidad. En lo que se refería al golpe a su orgullo masculino no podía hacer nada, pero nunca le había importado lo que los demás pensaran de él. Después de su experiencia con Jimena, no pensaba volver a involucrarse con otra mujer, especialmente con la clase de mujer rica y mimada que vivía en un mundo tan diferente al suyo. Como la mujer del globo, pensó.
Él no era ningún experto en moda, pero Jimena lo había enseñado a reconocer la ropa de diseño. Aunque la joven del sombrero iba vestida de forma sencilla, su ropa decía a gritos que era de alta costura. ¿Qué habría detrás de esas gafas oscuras? Pedro estaba seguro de que escondía algo. Y habría dado cualquier cosa por saber qué era. Era una estupidez que siguiera pensando en ella, se dijo a sí mismo mientras entraba en la tribuna de socios. Había ido a la feria solo para ver los espectaculares caballos de Nuee, famosos en el mundo entero. Eran una mezcla de los caballos primitivos de la isla con caballos españoles. La combinación era extraordinaria y el más extraordinario de todos era Carazzan, un semental capaz de criar la raza de animales con los que soñaba. Carazzan no estaba en la feria y tampoco lo estaría su real propietaria, pero Hugh conocería a la princesa Adrienne por la noche, durante la gala benéfica. No le apetecía mucho soportar tanta pompa, pero era la única forma de convencerla de que debía venderle a Carazzan. El público empezó a aplaudir y se concentró en los jinetes que montaban a pelo sobree los hermosos caballos de la isla.
El corazón de Paula latía con fuerza mientras los jinetes realizaban su exhibición. Era algo típico, basado en los grabados encontrados en las cuevas de Nuee. Desde tiempo inmemorial, los jinetes de la isla entrenaban a sus caballos para realizar hazañas como lanzarse a caballo desde un precipicio y llegar a la playa sin soltar las crines del animal. Ella habría dado cualquier cosa por presenciar aquello. Según la leyenda, los jinetes vivían con sus caballos y, a veces, morían con ellos. La prueba de que eran los mejores del mundo estaba frente a ella. Con increíble rapidez y exactitud, los caballos y sus jinetes hacían una demostración en la arena que dejaba a los espectadores boquiabiertos y emocionados, a veces incluso obligándolos a levantarse de su asiento, con el corazón encogido. Cuando terminó el espectáculo, se sentía tan cansada como si ella misma hubiera estado montando.
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