martes, 17 de noviembre de 2020

Promesa: Capítulo 37

 –La hermana de Laura Addison –añadió Pedro entonces.


–La mujer con la que murió Antonio –murmuró ella entonces–. Ví su fotografía en el periódico. Era una chica muy guapa.


–Sí, supongo que sí. Pero Fernanda no se parece nada a su hermana.


–Fernanda y Laura, qué monas –dijo Paula entonces, irónica.


Pedro había pensado en mil maneras de decírselo, pero lo más sencillo era soltarlo abruptamente:


–Laura tuvo una hija, Paula. Fernanda cuida de ella. Se llama Sofía.


Ella lo miró, sin entender, y Pedro se dió cuenta de que iba a tener que ser más claro.


–Laura y Antonio tuvieron una hija hace casi dos años.


Paula cerró los ojos entonces. Luego se echó hacia delante y enterró la cara entre las manos, incrédula.


–Paula…


–Yo quería tener más hijos –dijo ella entonces, con la voz rota–. Yo quería tener una familia con muchos niños y niñas. Pero Antonio no quería… no quería ni hablar del asunto.


–Lo siento mucho, de verdad.


–¿Por qué no me lo has contado antes?


–No quería hacerte daño. Sabía lo mal que lo habías pasado con la muerte de Antonio y pensé que quizá no querrías saberlo.


–¿Y por qué no me contaste la verdad sobre Antonio, Pedro? Todo el mundo lo sabía. Todo el mundo cuchicheaba a mis espaldas. ¿Por qué no me lo contaste?


–Paula, tú no querías saber la verdad sobre Antonio.


–¿Perdona?


–Él te lo decía todos los días. Te lo decía de todas las maneras posibles… salvo con palabras. Te lo decía cuando no iba a dormir a casa, cuando pasaba fines de semana fuera. Te lo decía cuando tú encontrabas números de teléfono en el bolsillo de su chaqueta y manchas de carmín en el cuello de sus camisas. Te lo decía, pero tú no querías verlo.


Ella se quedó en silencio y, cuando Pedro intentó abrazarla, se apartó furiosamente.


–No me toques.


–Escúchame, por favor. Yo no sabía qué hacer sobre el asunto de Sofía. Tu marido dejó una carta para mí antes de morir… sólo entonces me enteré de la existencia de la niña… Pero esto no tiene por qué afectarte.


–¿Cómo que no? Valentina tiene una hermana. ¿Cómo no va a afectarme eso?


–Pero podríamos…


–Mira, Pedro, quiero estar sola.


–Pero…


–Vete, por favor.


Él obedeció, sin decir una palabra más. Sabía que no serviría de nada.


Cuando se marchó, Paula bajó al sótano y encontró una caja llena de platos que aún no había roto. Quería romper todo lo que Antonio había tocado hasta que quedase hecho añicos, pero sabía que eso no valdría de nada. Porque había algo que había tocado y que estaba roto sin posibilidad de reparación. Ella misma. De modo que se metió en la cama sin quitarse la ropa siquiera. Antes de quedarse dormida pensó en la ternura que había visto en los ojos de Pedro. Y luego en sus palabras, absolviéndose a sí mismo y a todos los demás, incluyendo a su marido, del crimen que se había cometido contra ella. «Paula, tú no querías saber la verdad sobre Antonio». 

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