jueves, 5 de noviembre de 2020

Promesa: Capítulo 28

Paula lo acompañó, esperando que fuese un catálogo. Pero Pedro abrió el capó del coche y sacó una cesta… una cesta en la que había una bolita de pelo negro mirándola con cara de sueño.


–¡Dios mío, un cachorro!


Pedro tomó al cachorro y lo apoyó sobre su hombro.


–Dámelo, qué monada. Es precioso.


El animalillo bostezó perezosamente y apoyó la cabeza en su pecho.


–Es bonito, ¿Verdad?


–Siempre te he imaginado con un perro, Pedro.


–¿A mí?


–Sí, claro. La verdad, empezaba a preocuparme que tuvieras miedo del compromiso. Y un perro es un compromiso tremendo. Además, evidentemente éste es un perro para un hombre… mira qué patas. Va a ser enorme.


–Pero…


–Parece mezcla de labrador y newfoundland. ¿Dónde lo has encontrado?


–En un refugio. En realidad, no era lo que pensaba llevarme, pero me miró con esos ojazos marrones y no pude evitarlo.


–Pues vas a ser un papá estupendo para él –sonrió Paula–. ¡Y yo iré a verte a casa de Pedro! –añadió después, acariciando la cabecita del animal–. ¿Te parece bien?


–Sí, bueno, supongo que sí –contestó él, desconcertado.


¿Qué le pasaba? ¿Por qué no le decía que era para ella?


–Puede que yo algún día adopte un perro –dijo Paula entonces–. Pero anoche me dí cuenta de lo maravilloso que es ser responsable sólo de mí misma durante un tiempo.


–¿Ah, sí?


–Sí, claro. Ven, vamos a ver si encontramos un palo.


Paula dejó al cachorro en el suelo. Era demasiado joven para estar interesado en palos, pero se dedicó a explorar el jardín. Al principio, Pedro se quedó mirándolo, con las manos en los bolsillos del pantalón y gesto indiferente, pero al final el cachorro lo enamoró. Pronto estuvieron corriendo tras él, las orejitas al viento, riéndose al verlo hacer monadas. Después, ella le enseñó cómo iba la renovación de la casa. Aunque la había visto dos días antes, los cambios eran enormes. Aquel día habían puesto armarios de roble en la cocina y encimeras de mármol negro. Estaba quedando espectacular.


–Paula, estás haciendo un trabajo extraordinario. No sé si voy a poder vender esta casa.


–¿Sabes por qué me gusta tanto?


–¿Por qué?


–Porque me da esperanzas. Una casa vieja, descuidada… con todos esos elementos geniales, esa materia prima increíble, esperando que alguien le prestase atención.


–¿Y eso te da esperanzas?


–Claro. Porque yo creo que a la gente le pasa lo mismo.


–No estarás diciendo que tú eres vieja y descuidada, ¿Verdad?


–Sí, bueno, era las dos cosas. Y ahora siento que lo que me pasa a mí es lo que le está pasando a esta casa. Me estoy renovando.


–¿Ah, sí?


–Mi espíritu se está renovando. Y quiero darte las gracias por ello. Sé que habría encontrado el camino de vuelta en algún momento, pero me alegro mucho de que tú me hayas dado un empujón.


Se salvaron de un momento incómodo cuando el cachorro empezó a hacer pis sobre la inmaculada camisa blanca de Pedro. Riendo como niños, los dos salieron corriendo a la puerta.


–Gracias por restaurarme –dijo Paula.


Luego se puso de puntillas, le dió un beso en la cara y volvió al interior de la casa para evitar el mal trago. 

1 comentario:

  1. Que hermosa pareja hacen!! Espero que cuando Pedro se sincere Pau no lo tome tan mal..

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