martes, 10 de noviembre de 2020

Promesa: Capítulo 31

No lo dijo en voz alta, pero estaba claro: «sola». Pedro empezaba a sentir un gran resentimiento por Antonio. Por cómo la había hecho sentir, por lo egoísta que había sido. Antonio seguramente no se quedaría con el perro. Sería una molestia para su estilo de vida, exigiría demasiado. Algo que él no estaba dispuesto a soportar.


–Muy bien, muy bien, me quedaré con el perro.


–Entonces será mejor que le pongas un nombre –sugirió Paula.


Pedro se encontró a sí mismo sonriendo. ¿Qué otra cosa podía hacerlo sonreír a las cuatro de la mañana? Era como si estuviera vivo por primera vez. Como si fuera el mejor momento para discutir sobre el nombre de un cachorro. «¿Por qué estás aquí?» parecía una pregunta irrelevante en aquel momento.


–¿Alguna sugerencia?


–Va a ser un perro grande, de modo que Chico o Renacuajo podrían estar bien. 


–Tú estás loca. Además, yo había pensando algo así como Rex o Rover.


–No tienes imaginación.


En realidad, sí la tenía. Estaba haciendo un gran esfuerzo de imaginación para ver su pijama bajo la chaqueta y, si lo animaban un poco, podría incluso quitarle otra capa de ropa.


–Supongo que estarás preguntándote qué hago aquí.


–Por el atuendo, supongo que tu casa se ha incendiado –contestó él, burlón.


–No, es que he soñado que tú me regalabas un perro –le confesó Paula.


–¿Ah, sí? –nada podría haberlo sorprendido más–. ¿Quieres entrar y contármelo? No creo que vuelva a dormirme enseguida.


–No, es igual. No tiene importancia.


–¿Cómo que no tiene importancia? Has salido de tu casa a las tres y media de la mañana para contármelo. Así que entra.


–Muy bien, de acuerdo.


–No te puedes imaginar la cantidad de pis que es capaz de generar este enano –suspiró Pedro, mientras entraba en la cocina–. En fin, menos mal que he dejado la cafetera encendida. Venga, dame tu chaqueta.


–No, no…


–Ya sé que llevas el pijama debajo. Y te recuerdo que ya he visto ese pijama antes.


–Está bien –rió Paula–. ¿Qué vas a hacer con… Fido cuando tengas que ir a trabajar?


–No pienso dejarlo aquí. Mira esa pobre jirafa del salón… me la traje de África y este vándalo la ha destrozado –suspiró él.


Paula se dió cuenta entonces de que sólo llevaba el pantalón del pijama. Se le había abierto un poco el albornoz y era evidente que iba desnudo de cintura para arriba. Al percatarse, prácticamente corrió hacia el salón para investigar el destrozo que el perro había hecho en la jirafa.


–¿Eso son marcas de dientes?


–Sí –contestó Pedro, saliendo de la cocina con dos tazas en la mano–. ¿Y qué dice en el libro de educación canina sobre cachorros que muerden jirafas? Nada. Miente.


–El pobre necesita juguetes para morder. ¿No tienes ninguno?


–No.


–¿Porque no esperabas convertirte en dueño de un perro? 

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