martes, 10 de noviembre de 2020

Promesa: Capítulo 29

Esa noche, Paula soñó con el cachorro. En su sueño, llevaba un precioso lazo rojo y Pedro se lo daba como regalo. Cuando despertó, sorprendida, recordó su encuentro con él en la casa O’Brian. Recordó su expresión cuando le mostró el cachorro, como si no supiera lo que estaba pasando… ¡El cachorro había sido un regalo para ella! De repente, irracional o no, tenía que saber si era verdad. Si Pedro le había comprado un cachorro o todo era fruto del sueño. Y quería saberlo en persona.  Miró el despertador. Eran las tres y media de la mañana… No podía ir a casa de Pedro a las tres y media de la mañana. Por otro lado, decidió, ser impulsiva estaba bien. De modo que se puso una chaqueta y unos vaqueros sobre el pijama y subió al coche. Estaba casi llegando a casa de él cuando se dió cuenta de que lo que iba a hacer era una locura. ¡Pero si iba en zapatillas! Además, no podía hablar con Pedro sobre el cachorro sin saber si lo quería o no. Era un cachorro monísimo, pero ella no quería un perro. En aquel momento de su vida, lo importante era ella misma. Sería fácil dejarse llevar por lo que otras personas esperaban de ella. Sería muy fácil dejar que la ternura que sentía por él nublara su juicio… Entonces se dió cuenta de algo. Aquel viaje de madrugada hasta la casa de Pedro Alfonso no era por el cachorro. Era para ver si estaba solo. Un hombre como él no podía estar solo. Seguramente, sería igual que Antonio… No le gustaba pensar así de Pedro. No le gustaba sentir ese peso en el corazón. Por otro lado, ya la habían engañado una vez y eso le había dejado una marca imborrable. ¿No sería mejor ser precavida ahora que lamentarlo más tarde?


–Muy bien –dijo en voz alta–. ¿Qué pasaría si fuera a su casa? Si no hay otro coche en la puerta, sabré que está solo.


Pero cuanto más se acercaba, más se daba cuenta de que no quería hacer eso. Quería confiar. En Pedro, desde luego. Pero sobre todo en sí misma. Quería ser la clase de mujer que sabe juzgar a la gente, que puede confiar en su instinto. Además, si se dejaba llevar por la tentación, ¿Qué haría después? ¿Llamar por teléfono en medio de la noche? ¿Hacer de detective con los números de su móvil?


–No quiero ser esa persona.


Pero era demasiado tarde porque ya estaba en la calle de Pedro, una calle sin salida, y no había forma de escapar de allí si no era llegando hasta el final para luego dar la vuelta. La casa estaba a oscuras y no había otro coche estacionado. Pero cuando estaba empezando a respirar, aliviada, se encendió la luz del porche y él salió de la casa con un albornoz oscuro sobre el pijama y el cachorro en brazos. Medio dormido, dejó el cachorro en el suelo y miró alrededor. Y entonces la vió. Y se quedó inmóvil. Paula quería esconderse debajo del volante o pisar el acelerador, pero era demasiado tarde. Suspirando, se dio cuenta de que iba a tener que salir del coche y darle una explicación. Ninguna excusa, tendría que confesarle su crimen. Quería confesarle su crimen. Porque quería lo que nunca había tenido. Quería que la quisieran como era. Quería que la quisieran aunque se mostrase suspicaz, desconfiada. Quería que la quisieran a pesar de sus heridas; heridas que no tenían nada que ver con él. Si pudiera confiar en su corazón… porque le estaba diciendo que Pedro Alfonso podía ser el hombre que la querría tal y como era. 

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