martes, 10 de noviembre de 2020

Promesa: Capítulo 30

Al principio Pedro pensó que estaba soñando. Parpadeó varias veces y se pasó una mano por los ojos. Era imposible que Paula Chaves hubiera ido a su casa a las tres y media de la mañana… casi las cuatro. No podía ser más que una extraña coincidencia que un coche idéntico al suyo estuviera pasando por su calle. Pero cuando pasó bajo la farola comprobó que era Paula quien iba al volante. Ella se detuvo en seco frente a la casa y salió del coche. Por la desgana que había en sus movimientos, intuyó que se sentía incómoda… o culpable por algo. Y que habría preferido que no la viera. Pero ¿Qué podía querer de él a esas horas?


–Hola.


–Hola –contestó Pedro. 


Si no estaba equivocado, debajo de la chaqueta llevaba el pijama rosa. Y, por primera vez en su vida, entendió que la gente se pellizcara para comprobar si estaban despiertos.


–¿Qué haces aquí fuera? –le preguntó Paula.


–El libro sobre educación canina dice que es más fácil entrenarlo si lo saco un par de veces cada noche.


–Para eso hace falta mucha disciplina –asintió ella, con gesto de aprobación.


Ese gesto le recordó que debía tener cuidado con Paula. Un hombre podía buscar su aprobación y olvidarse completamente de preguntar qué demonios hacía allí a las cuatro de la mañana, por ejemplo.


–¿Sabes ya qué nombre vas a ponerle? –preguntó Paula entonces, señalando al cachorro.


Sólo quería ganar tiempo y, por alguna razón, Pedro se lo permitió. Era una situación mágica estar allí, en su calle, a las cuatro de la mañana, los dos en pijama, hablando de un perro. Había viajado por todo el mundo en busca de experiencias y aventuras cuando la persona adecuada, o al menos esa persona, podía cambiar su mundo en el jardín de su casa. Era como un misterioso destino para él. Un hombre tardaría una vida entera en conocerla.


–No lo sé. Le llamo Caquitas o Cagón, depende de si estoy de buen o mal humor. Pero aún no he decidido un nombre. Y mejor no te cuento lo que le he llamado cuando se ha hecho caca en el jardín de la vecina.


–No, en realidad, quiero que me lo cuentes.


Un detalle pequeño, insignificante, pero lo había dicho como si de verdad tuviera interés por él, como si quisiera conocerlo todo, incluso sus momentos menos elegantes. Así que le contó el horrible insulto que había lanzado sobre el pobre animal y Paula soltó una carcajada.


–No sabes con qué cara me ha mirado la vecina. Es una señora tipo Diana.


–Ah, ya veo que no tienes mano izquierda con las ancianas.


–No, desde luego que no. Pero la verdad es que no sé si voy a poder quedarme con él.


–Eso es lo que yo pensaba después de las primeras noches con Valentina. No es que me preguntase si podría quedármela, claro, pero pensé que nunca sería capaz de hacerlo bien. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario