–Dejándote esta carta, Antonio te cargó con una responsabilidad enorme. Y eso es algo que sólo haría una persona egoísta e irresponsable. Te colocó en una posición muy delicada… sin contar con tu permiso. Tú actúas como si hubieras consentido aceptar ese sucio secreto, pero no es así.
Pedro pensó en la niña de rizos rubios a la que había llevado al hospital esa mañana. No le gustaba que alguien hablase de Sofía como el «sucio secreto» de Antonio, pero sabía que no tenía ningún sentido aclarar el asunto. La niña no era el problema.
–Me confió su secreto porque sabía qué clase de hombre era yo.
–Sí, un tonto.
–Vaya, gracias.
–Ya sé que tienes buen corazón, pero Antonio se aprovechó de eso.
–¿Y qué hago ahora?
–Tú sabes lo que tienes que hacer.
–Tengo que contárselo a Paula –suspiró Pedro.
Y en cuanto dijo esas palabras en voz alta supo que lo había sabido durante mucho tiempo. Y supo también que la razón por la que no se lo había contado no era por lealtad hacia Antonio, sino porque odiaba tener que ser él quien le diera ese terrible disgusto.
–Muy bien, me alegro de que ésa sea tu decisión –sonrió Nicolás–. Porque aunque supongo que Antonio dejó dinero para la niña, ¿Quién sabe? Quizá algún día alguien le aconseje que busque un trozo más grande del pastel. Piensa en la sorpresa que se llevaría Paula entonces.
Pedro lo pensó y no le gustó nada.
–¿A qué tendría derecho Sofía?
–Ah, ésa es la clase de pregunta con la que los abogados nos hacemos ricos. Venga, anímate. Para ser un hombre enamorado te veo muy triste.
–Porque todo esto es tan complicado…
–Bueno, acostúmbrate, así es el amor.
Nicolás tenía razón. El amor era un asunto complicado.
Pedro fue a la casa O’Brian para decirle a Paula que tenía que hablar con ella, pero descubrió que no estaba allí. ¿No habría ido a trabajar por lo que pasó la noche anterior? Entonces estaría en casa curando sus heridas, seguramente comiendo galletas con chocolate mientras lloraba frente al televisor…
–¿Quieres echar un vistazo? –le preguntó Marcos–. Esto está quedando genial.
La casa tenía un aspecto extraordinario, desde luego. Los nuevos suelos de madera brillaban como espejos. Para las paredes, Paula había escogido colores de una paleta clásica y usado técnicas sutiles para llamar la atención hacia los techos altos y los grandes ventanales, ribeteados en blanco. La casa empezaba a tener un aspecto resplandeciente gracias a su amor. Su corazón estaba por todas partes.
–Tienes que ver el baño principal –dijo Marcos entonces–. Es lo mejor que he hecho en mi vida.
–En realidad, no tengo tiempo –sonrió Pedro, mirando el reloj. Pero la verdad era que no quería ver el baño.
–Paula quiere hacer una fiesta de inauguración y seguro que vende la casa ese mismo día. Te lo digo de verdad, estoy enamorado de esta vieja.
Pedro estuvo a punto de darle un puñetazo. ¿Paula, vieja?
–La casa… me refería a la casa –explicó Marcos al ver su expresión.
–Ah, bueno. ¿Dónde está Paula, por cierto?
–Me parece que está aprendiendo a montar en moto. Mola, ¿Eh?
¿Paula estaba aprendiendo a montar en moto? Pedro se quedó estupefacto. ¿No estaba llorando frente al televisor? Pues sí, el asunto del amor era bastante complejo, sí.
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