Él no se movió, pero Paula deseaba que se fuera con todo su ser. Necesitaba estar sola. Como respondiendo a su súplica silenciosa, finalmente Pedro se marchó. Ella giró la cabeza hacia la otra pared y lloró desconsoladamente por el bebé. Pero sabía que también estaba llorando por otra cosa, mucho más oscura y perturbadora. Así era. Pedro Alfonso no dudaría en echarla de su vida en ese mismo instante y lloró todavía más al reconocer que vivir con Ariel le había enseñado a no valorarse a sí misma porque… ¿Cómo podía estar tan consternada por el hecho de que una conexión tan endeble finalmente se hubiera roto entre un hombre que la detestaba y ella?
Pedro caminaba de un lado a otro fuera de la habitación del hospital de Paula, como si eso pudiera mitigar los sentimientos que amenazaban con estallar en su interior. El modo en que ella lo había mirado lo había destrozado, desterrando cualquier posible duda que le hubiera podido quedar sobre su paternidad. Sabía que nunca había llegado a aceptar el hecho de que Paula hubiera llevado dentro a su bebé porque la posibilidad de que ese niño existiera había amenazado todas las defensas emocionales que había erigido para protegerse a lo largo de los años. Pero ya no podía negarlo más. Y ahora era demasiado tarde. Sintió una inmensa emoción que lo sorprendió; era la misma sensación terrible y cargada de furia e impotencia que había tenido cuando había mirado el cuerpo sin vida de su hermana. Se trataba de verdadero dolor, de una profunda pena, y por un segundo lo invadió amenazando con arrasarlo todo a su paso. No había aceptado a su propio hijo. Y lo más inquietante era que ahora sentía el fuerte y visceral impulso de enmendar lo que había pasado. Eso lo impresionó más que nada porque por primera vez en su vida tenía que admitir que estaba deseando algo que siempre había estado negando. Las palabras del doctor lo perseguían: «Ha debido de estar bajo mucho estrés para que haya sucedido esto». Su mujer. Su bebé. Su culpa.
Paula estaba guardándolo todo menos el dolor que sentía por dentro. El médico había explicado que no podría haberse evitado de ningún modo y que no había razón por la que no pudiera llevar un embarazo perfectamente normal y sin problemas en cuanto su marido y ella quisieran intentarlo de nuevo. Estaba moviéndose por su dormitorio recogiendo sus escasas posesiones. Después de unos días ingresada en el hospital, Pedro acababa de llevarla de vuelta a casa. Había intentado hablar con ella en varias ocasiones durante los últimos dos días, pero ella lo había ignorado. No podía soportar que la tratara con lástima. Le sorprendía el profundo dolor que sentía por la pérdida del bebé. En cuanto había descubierto que estaba embarazada, había sentido un amor por ese ser que había sido lo suficientemente fuerte como para animarla a enfrentarse a Pedro… Algo que había resultado ser el mayor error que había cometido nunca. Se sentó en la cama durante un momento. Su embarazo la había obligado a buscarlo, pero de pronto la posibilidad de no haber descubierto que estaba embarazada y de no haber tenido una razón de ir tras él, la llenó de un inexplicable dolor tan agudo que la desgarró por dentro. Estaba llorando cuando Pedro entró en el dormitorio y verlo fue demasiado para ella. Se obligó a calmarse y se levantó. Él tenía un gesto adusto, pero también… se le veía agotado, hundido. Sin embargo, ella todavía estaba demasiado impactada como para fijarse en eso. Lo único que sabía era que tenía que irse.
—¿Qué estás haciendo? —le preguntó él al ver la pequeña maleta sobre la cama.
Paula no pudo mirarlo.
—¿A tí qué te parece, Pedro? Me marcho. No hay razón para que esta farsa…
—Paula, cara…
Ella se giró furiosa.
—No me llames así. Sé lo que significa esa palabra en italiano y yo no soy tu «cariño». Es irónico, pero de donde yo vengo. Cara significa «Amigo», aunque está claro que tú tampoco eres amigo mío.
Él dió un paso adelante y para su vergüenza, Paula sintió una emoción que había estado conteniendo cada vez que había sentido sus ojos puestos en ella, cada vez que él había intentado hablarle. Y tenía que seguir así, no podía dejar que la emoción se desbordara.
Que terrible momento...
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