jueves, 27 de febrero de 2020

La Adivina: Capítulo 3

–Es maravillosa, ¿Verdad? –exclamó su secretaria–. Me ha dicho dónde podía encontrar el diagrama de la nueva sala de la biblioteca. Ya sabes, ése que llevo dos días buscando. Me dijo que se había caído detrás de la fotocopiadora y allí estaba. ¿A que es asombroso?

Pedro apretó los dientes.

–Llama al comisario, por favor.

Paula Chaves, Lady Pandora para su Señoría el alcalde de Blossom, Pedro Alfonso, sonreía mientras bajaba en el ascensor. Oh, la cara que había puesto cuando lo llamó «general». No tenía precio. Estaba segura de que poca gente había visto alguna vez esa sorpresa reflejada en los inteligentes ojos grises del alcalde. Con esos pómulos altos y esas facciones tan marcadas, seguro que corría sangre de guerrero por sus venas. Sangre india, celta, vikinga, no estaba segura, pero intuía que descendía de una larga línea de luchadores. No era de los que se daban por vencidos fácilmente, eso desde luego. Pero le había dejado sorprendido. Aunque no tenía mucho en lo que apoyarse, el lenguaje corporal y años de experiencia la habían enseñado a leer a una persona casi tan bien como su talento para la adivinación. Ella ya sabía que el alcalde iba a ser un problema. No sólo porque se negaba a darle una caseta en la feria, sino porque había conseguido que le picaran las palmas de las manos. Decididamente, no era una buena señal. Un mes antes, cuando visitó Blossom por primera vez, supo que iba a tener problemas. Pero no había contado con la distracción que representaba el atractivo alcalde. Ah, ojalá pudiera subir a su Harley y alejarse de allí. Pero la salud de su abuela era lo primero. La última operación había salido bien, pero sus días viajando de un lado a otro del país habían terminado.

Paula tuvo que sonreír, burlona. No había que ser adivinadora para saber que al guapo alcalde de Blossom no le haría ninguna gracia saber que dos adivinadoras iban a instalarse en su pueblo. Cuando salió del edificio, se puso las gafas de sol y echó un vistazo a la encantadora y clásica plaza de Blossom. Se sentía como en su casa con su ropa de cuero negro y su Harley Davidson… Sí, seguro, tan en su casa como una rana en la sartén de un cocinero francés. ¿A quién quería engañar? El alcalde tenía razón; por mucho que deseara un hogar, aquél no era sitio para ella. No, su sitio estaba en la carretera, moviéndose de un sitio a otro, de feria en feria para ganar dinero. Pero antes tenía que asegurarse una caseta en la feria de Blossom. Su abuela y ella habían conseguido que les aprobaran un crédito para comprar una casa, pero una de las condiciones era demostrar que podían hacer los pagos de los primeros seis meses. Habían ahorrado algo de dinero, de modo que tenían suficiente para la fianza, pero los gastos de hospital se habían llevado gran parte de esos ahorros. Y para reunir las condiciones que exigía el banco, tenía que trabajar en la feria de Blossom. Y para lograr eso, necesitaba que la gente del pueblo se pusiera de su lado.

Una mujer que salía del ayuntamiento en ese momento estuvo a punto de chocarse con ella y Paula la miró, sorprendida por el siniestro escalofrío que experimentó al tenerla cerca. Su habilidad para ver el futuro se debía casi siempre al roce, al tacto. Cuando trabajaba como adivinadora, usaba las cartas del Tarot. Ocasionalmente, si creía necesitar una lectura más profunda, leía la mano del cliente… pero siempre colocando un pañuelo para no tocarlo directamente. El contacto con la grosera mujer le recordó la siniestra sensación que había experimentado la primera vez que visitó el pueblo. Intentando librarse de aquella extraña premonición, sacudió la cabeza y se dirigió al restaurante BeeHive. Tenía un calendario que cumplir y ese calendario no incluía involucrarse en los problemas del pueblo. Eso era cosa del alcalde.

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