jueves, 20 de febrero de 2020

Venganza: Capítulo 42

Pedro ya no pensaba de ningún modo que Paula tuviera que pagar esa deuda, pero algo le hizo decir:

—Tardarías años en pagar la deuda.

Vió cómo Paula palideció en un instante.

—Lo sé —dijo en voz baja y evitando mirarlo—. Eso es lo único que hay entre nosotros y lo que me separa de mi libertad —entonces lo miró—.  Pero mientras me sigas reteniendo aquí, quiero trabajar para enmendar lo que hizo Ariel. Es lo mínimo que puedo hacer.

Impulsado por la ira al oír que, básicamente, ella no era más que su prisionera, se acercó para decirle:

—La deuda no es lo único que hay entre nosotros, Paula.

—No volveré a acostarme contigo, Pedro.

—¿Ah, no? —y sin pensarlo, la tomó en sus brazos y la besó. Cuando ella no le ofreció su boca, comenzó a besarla tiernamente por la cara, por las sienes y la frente… hasta que Paula finalmente separó los labios…

Mientras la besaba, Paula sabía que había sucedido lo peor que podía haber pasado porque ahora él sabría lo mucho que lo deseaba y eso le daría un poder sobre ella más potente que la deuda o que el hecho de que aún fuera su prisionera. Aunque lo cierto era que siempre había sido una prisionera…, con la diferencia de que su prisión no tenía ni muros ni un candado.


Dos semanas después, Paula respiró tranquila por primera vez desde que Pedro y ella habían empezado a dormir juntos, y la única razón era que él había viajado a Roma para una reunión urgente. Ella intentaba por todos los medios resistirse, pero cada vez que la tocaba… no podía evitarlo. Durante el día mantenían las distancias, pero por la noche ambos se volvían insaciables de deseo. En cuanto él se quedaba dormido, ella se levantaba para volver a su dormitorio. Sabía que eso lo enfurecía y la noche anterior, cuando se había pensado que estaba dormido y había intentado levantarse. Pedro la había sujetado por el brazo y le había dicho: «Esta noche no te escapas». Se había quedado allí tumbada un largo rato, pero nada más ver el sol salir, había salido del dormitorio sin despertarlo. Había vencido esa vez, pero la mirada de Pedro antes de irse a Roma le había dejado bien claro que no volvería a escapar… y ésa era la razón por la que tenía que convencerlo para que la dejara marcharse de allí porque, a cada día que pasaba, se estaba enamorando más y más de aquel lugar… de Horacio… de Bobby… y de Pedro.

Horacio había estado dándole clases de italiano y Lucía le había enseñado a cocinar unos platos típicos. Su corazón estaba haciéndose ilusiones con poder entrar a formar parte de una familia, pero era demasiado peligroso seguir dándole pie a esa ilusión. Tenía que seguir adelante y recuperar su vida y aunque gracias a la deuda de Ariel nunca tendría una libertad plena, tal vez cuando ese matrimonio ridículo llegara a su fin y ella pudiera volver a casa y encontrar un trabajo, sentiría algo de paz. Ahora lo único que tenía que hacer era convencer a Pedro para que la dejara marchar.

El agotamiento que Pedro había estado sintiendo en el avión de vuelta a Sardinia se había desvanecido como por arte de magia nada más cruzar las puertas de la villa. Ya estaba deseando ver a Paula; tal vez estaba junto a la piscina… o jugando en el mar con Bobby… o echándose una siesta, lo que resultaba más tentador todavía… Pero cuando entró en la casa algo le dijo que ella no estaba allí. Un sexto sentido. Justo en ese momento la enfermera de su padre salió al vestíbulo.

—Ah, signore Alfonso. Si está buscando a su esposa, ha salido… —soltó una pequeña carcajada—. Ha sido bastante teatral, la verdad.

—¿A qué te refieres?

Al ver la expresión de Pedro, la mujer se apresuró a decir:

—Oh, no, no se preocupe, no ha sucedido nada. Es el perro… Estábamos en el jardín y de pronto… se ha desmayado. Lucía y Tomás habían salido a comprar y yo no podía dejar solo a su padre, así que Paula lo ha llevado al veterinario.

Se sintió aliviado de que a ella no le hubiera pasado nada, pero entonces… le entró el pánico.

—¿Has dicho que lo ha llevado al veterinario?

—Sí, pero de eso ya hace unas tres horas, así que a menos que aún siga allí…

—¿Cómo ha ido?

—Le he dicho que podía llevarse mi coche. No tengo prisa, mi turno no termina hasta las…

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