Finalmente dejó de besarla con un gemido.
—Paula…
—Pepe… —respondió ella sin pensar y mientras le acariciaba la boca.
Lo había llamado «Pepe», pero él no podía racionalizar nada en ese momento. Para lo único que tenía fuerza era para tender a Paula bajo su cuerpo y tomarla. La levantó en brazos y la llevó a la cama, donde la tumbó. Su cabello le enmarcaba el rostro en un derroche de color. Las zonas más pálidas de su piel a las que el sol no había tenido acceso, sus pechos y esa parte entre sus piernas, lo animaron a besarlas y explorarlas mientras ella se retorcía de placer aferrándose a él desesperadamente.
—Pepe… por favor…
Lo único que Paula sabía era que Pedro tenía que adentrarse en ella en ese momento porque de lo contrario se moriría. La había besado ahí abajo, su lengua la había acariciado íntimamente, y ella había estado a punto de caer por el precipicio. Sintió el peso de su esbelto y fuerte cuerpo entre sus piernas y se arqueó hacia él que, lentamente la penetró, sin dejar de mirarla a los ojos con tanta intensidad que Paula sintió unas lágrimas acumulándose en ellos. La estaba matando con tanta sensualidad y con tanta ternura y no sabía si podría sobrevivir a ello. Pedro miraba esos ojos increíblemente hermosos y ella alzó las caderas para dejarle deslizarse por completo en su interior. Y con un gemido entrecortado, él se perdió en el fragante mundo de la mujer que tenía bajo su cuerpo, hasta que los dos cayeron en un placentero momento de inconsciencia y de dicha.
Cuando Pedro se despertó a la mañana siguiente, y aún con los ojos cerrados, recordó con todo detalle como Paula se había movido y lo había cautivado mientras la tomaba una y otra vez. Su cuerpo aún se excitaba ante la idea de poder alargar una mano y acariciar su sedosa piel. Y eso hizo…, pero no sintió nada. Abrió los ojos y se incorporó. La cama estaba vacía y fría. Hacía tiempo que ella se había ido. Furia y algo más lo invadieron cuando se vistió antes de salir al pasillo para entrar en su dormitorio. La cama estaba deshecha. ¿Había dormido allí? Pero entonces, ¿dónde demonios estaba ahora? El sol apenas había salido. Con una ira irracional y cada vez mayor, recorrió la casa de arriba abajo hasta que se vio frente a la puerta de su despacho. Con un nudo en el pecho, empujó la puerta y entró. Allí estaba ella, de espaldas a él, sentada en el suelo con unos vaqueros y una camiseta, el pelo recogido, y con Bobby a su lado, como siempre, y con montones de papeles a su alrededor. Ella alzó la vista al sentirlo a su lado y un fuego la invadió al ver ese imponente cuerpo. Cuando Pedro se había quedado dormido abrazándola, ella se había visto tentada a dormirse también, pero le había dado miedo despertarse después y encontrarlo sentado en un silla frente a la cama y mirándola, como había hecho aquella horrible mañana en Londres. Eso no podría volver a soportarlo, nunca, y por esa razón se había ido de su cama esa noche y también la noche de su boda, en Roma.
—¿Qué está pasando, Paula?
—Estoy trabajando con esto.
Él se agachó y alargó una mano para levantarla del suelo, que Paula tomó intentando ignorar el placer que la recorrió al hacerlo.
—Paula, no espero que sigas trabajando con esto. Ya está controlado —apretó los labios antes de añadir—: Aquella noche te dejé que me ayudaras para ponerte a prueba… para ver cuánto sabías de los asuntos de Ariel…
Eso no le resultó nuevo a Paula.
—Pero aún me siento responsable por lo que hizo mi hermano…
—No seas estúpida, Paula. Esto lo hizo tu hermano, no tú —dijo él sorprendiéndose a sí mismo, ya que días atrás nunca la habría defendido.
—Sí, pero me avergüenza lo que hizo y mientras esté aquí, no permitiré que tú te ocupes de esto. Y además, aún está pendiente el asunto de la deuda que tengo que pagar. Tal vez podríamos llegar a un acuerdo por el que me dejaras buscar trabajo para que pueda devolverte lo que te debo. Si pudieras darme una carta de referencia por el trabajo que he hecho aquí, me ayudaría a encontrar un empleo.
Pedro se pasó una mano por el pelo. ¿Por qué estaba actuando así? Horas antes había visto otra mujer, la mujer que había conocido en Londres. La mujer de la que quería ver más. Dulce, inocente, sexy… Pero ahora era como si lo de la noche anterior no hubiera pasado. No sabía si zarandearla para hacerla reaccionar o besarla.
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