martes, 18 de febrero de 2020

Venganza: Capítulo 38

Se quedó fría por dentro. Esa era la razón por la que había pensado que ella sería tan cruel como para abandonar a su hijo. Miró a Horacio esperando que el horror que sentía no se reflejara en su rostro.

—No lo sabía.

—¿Y por qué ibas a saberlo? Sé que Pedro nunca ha hablado de lo que sucedió y yo sabía muy bien que no podía pedirle que se casara y tuviera hijos —la miró—. Y ahora… desde que Malena… todo ha cambiado. Pero Paula, por favor, tienes que saber que estoy muy feliz de tenerte aquí.

Antes de que Paula pudiera articular una respuesta, él dijo:

—Ahora, si me disculpas, querida, ya es hora de que me vaya a la cama.

Paula se levantó y lo ayudó hasta que llegó la enfermera para llevarlo a su habitación en la silla de ruedas. Volvió a sentarse en la terraza y se quedó contemplando la oscuridad durante un largo rato. Podía imaginarse el vínculo tan intenso que debió de crearse ese día entre Pedro y Malena. Sentía una profunda tristeza por lo que habían tenido que pasar, pero eso no cambiaba el hecho de que ella siguiera sin comprender a Pedro ni su personalidad. Lo único que sabía con seguridad era que había tantas probabilidades de que él se casara por amor como de que ella se librara para siempre de las deudas de Ariel. No era de extrañar que le hubiera resultado tan fácil casarse con ella. Para él, el matrimonio no significaba absolutamente nada. Sería cuestión de tiempo que disolviera el matrimonio, aunque por suerte para ella eso significaría que no tendría que volver a verlo. Sin embargo, al pensar en ello se le encogió el corazón. Y entonces lo único que pudo ver era el rostro adusto de Pedro y su poderoso cuerpo. Y cuando intentó reunir el odio suficiente y el deseo de venganza, no pudo hacerlo. Lo único que sentía era un intenso deseo de que la tomara…, pero la noche antes, en aquella impersonal casa, ya le había dejado bien claro que ella no le atraía en absoluto. Fue esa puñalada de decepción lo que la hizo meterse en la cama, donde estuvo dando vueltas de un lado para otro durante toda la noche mientras sus sueños se burlaban de ella.



Pedro miraba a Paula, sentada al borde de la piscina con el Mediterráneo de fondo. El corazón se le detuvo al darse cuenta de que la había echado de menos y también al saber que ella no estaba comportándose como él se habría esperado, basándose en las mujeres que conocía: un cuerpo cubierto de aceite bronceador bajo el sol… revistas por todas partes… y Lucía corriendo de un lado a otro llevando y trayendo bebidas. Finalmente tuvo que admitir que era completamente distinta a cualquier mujer que hubiera conocido. Tenía sus esbeltas piernas dobladas contra el cuerpo y la barbilla apoyada sobre las rodillas. Los ojos de Pedro recorrieron hambrientos su piel desnuda, donde su cintura entraba y salía en una delicada curva. Su biquini sencillo y negro, perfecto, le encendió la sangre y la libido más que las diminutas tiras de tela que había visto en numerosas mujeres a lo largo de los años. Tenía el pelo recogido en una cola de caballo y parecía más joven todavía. Porque era joven. Demasiado joven para todo lo que había sufrido. Bobby estaba tumbado a su lado y volvió a maravillarse ante la devoción que se tenía el uno al otro. Acababa de estar visitando la tumba de Malena, situada en una colina detrás de la villa, y había visto que tenía flores frescas. Su padre no lo habría hecho, dada su incapacidad para moverse; podrían haber sido Tomás o Lucia, pero…

Paula sintió que estaba allí antes incluso de que Bobby lo viera y comenzara a agitar el rabo. Se le puso la piel de gallina al verlo, apoyado contra un árbol, observándola. Estaba guapísimo vestido con unos vaqueros, una camiseta negra y el pelo mojado, como si estuviera recién duchado. Se sintió algo insegura por estar en biquini y se levantó para cubrirse con un pareo. Estaba respirando deprisa por la excitación de volver a verlo cuando él se acercó.

—Te ha dado el sol.

—Lo sé…

—Te sienta bien —la miró de arriba abajo antes de mostrarle una carta que ella reconoció. Era la carta de condolencias que había enviado a las oficinas de Alfonso en Londres hacía semanas—. Me la han entregado en Roma, la habían reenviado allí.

—La envié esa semana… después del accidente. No sabía qué hacer, cómo ponerme en contacto con ustedes.

Esa carta que, como pudo comprobar, se había enviado antes de que los dos se conocieran aquella noche, le había calado muy hondo.

—¿Por qué enviaste la carta, Paula? ¿Qué esperabas conseguir con ello?

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